((**Es19.170**)
de don Bosco, parece salir una voz secreta, una
especie de llamada misteriosa a la bondad, a la
virtud, al trabajo fecundo. El día dieciséis de
junio acudió una numerosa muchedumbre de los
pueblos circunvecinos atraídos por una simpática
ceremonia a la que asistían conspicuas
personalidades de Turín y de Alessandria. Se
inauguraba en la colina bendita un monumento en
bronce, levantado por la Unión de Profesores Don
Bosco.
((**It19.199**)) Las
fiestas de Turín también se habían cerrado con un
monumento más importante e imperecedero. Se
trataba de un monumento que, lo mismo que el de
Roma, no sólo debía recordar, sino continuar el
apostolado de Don Bosco. El senador Conde
Rebaudengo, presidente de los Cooperadores
Salesianos, había querido, en un acto de
generosidad, ofrecer a la Obra Salesiana el
capital necesario para levantar un Colegio que
sirviese para la formación de maestros de arte
destinados a las Misiones. Se construiría el
edificio en Turín, junto al fielato de Milán. El
día trece por la tarde se bendijo la primera
piedra con la máxima solemnidad. Asistieron las
primeras Autoridades eclesiásticas y civiles de la
ciudad. Y, como la nueva perla, que de aquel modo
se añadía a la corona de don Bosco, interesaba
singularmente a los Misioneros, comenzó a hablar
un Misionero auténtico, don Vicente Cimatti,
superior de la Misión Salesiana del Japón.
Describió sumariamente las actividades que el
nuevo Colegio permitiría desarrollar sobre todo en
Oriente. Después manifestó don Felipe Rinaldi el
agradecimiento de la Sociedad Salesiana por el
generoso y esplendoroso donativo del Conde, el
cual, tan modesto como espléndido, se abstuvo de
intervenir. Bendijo la piedra el Arzobispo y tomó
la palabra a continuación para exaltar el gesto
del donante e ilustrar mucho más los frutos
beneficiosos que los hijos de don Bosco
esparcirían por el mundo con los maestros que allí
se prepararían.
Verdaderamente las Misiones estuvieron en la
cumbre de los pensamientos de don Bosco: nada, por
tanto, más oportuno que perpetuar en Turín el
recuerdo de su beatificación con una obra
misionera permanente. Y por eso quedaba
maravillosamente encuadrado en la apoteosis de don
Bosco el alto honor, que tenía por objeto el
reconocimiento público y oficial de la actividad
misionera desarrollada por un insigne hijo del
Beato. El cardenal Cagliero con sus nobles
trabajos fue, sin lugar a dudas, la
personificación más acabada del apostolado
misionero salesiano. Resultó muy a propósito el
pensamiento de Mussolini, que quiso en aquella
solemne ocasión ((**It19.200**))
manifestar al Rey los méritos del insigne
Misionero, para que se confiriese a su memoria la
encomienda de la Orden Colonial de la Estrella de
Italia,
(**Es19.170**))
<Anterior: 19. 169><Siguiente: 19. 171>