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por el centro de la nave, llegó a la balaustrada,
subió al presbiterio y fue colocada sobre el trono
allí preparado. La iglesia estaba inundada de luz.
Una fantasmagoría de llamas arrojaba reflejos
encendidos sobre los paramentos ((**It19.194**)) de
damasco y terciopelo. Dos poderosos reflectores,
encubiertos por la balaustrada, lanzaban haces de
luz sobre el rostro del Beato que parecía
constelado por gemas luminosas. Mientras tanto la
orquesta y un coro polifónico entonaban el himno
litúrgico de los Confesores, Iste Confessor,
compuesto por don Juan Pagella. El Cardenal
Arzobispo se acercó al altar, donde se hizo la
exposición del Santísimo. Se cantó el Tantum ergo
y, mientras él impartía la bendición eucarística,
el cardenal Vidal y Barraquer y el cardenal Hlond,
desde el altar levantado en la Plaza, el uno, y
desde el levantado en el Rond_, el otro, cumplían
el mismo rito sobre la incontable multitud que,
hasta donde alcanzaba la vista, estaba postrada en
tierra por todas partes. Después, los Príncipes y
Autoridades que estaban en el Templo besaron
piadosamente la urna y salieron por la puerta del
patio.
Cuando terminó la ceremonia ya era de noche.
Doce mil lamparitas eléctricas, distribuidas en
quinientos circuitos y divididas en cuatro
sectores, iluminaban fantásticamente la cúpula y
la fachada. La estatua de la Virgen dominaba todo,
sobre una gloria de cruces y estrellas de
distintos colores. La iluminación llegaba más allá
de la plaza hasta la avenida Reina Margherita. El
monumento a don Bosco, iluminado por proyectores
escondidos en el jardincillo que lo rodea,
brillaba como vestido de sol. Por doquiera se oían
los ecos del himno al Beato. La animación se
prolongó hasta muy tarde.
Llamaban la atención las luces encendidas por
la ciudad. Desde el Palacio Real hasta las más
humildes ventanas de los barrios populares
resplandecían luces y lucecitas que parecían dar
el último saludo a los peregrinos, que corrían en
todas direcciones por las calles en busca de un
lugar de reposo. De las diez de la noche hasta la
una salieron de Turín veinticuatro trenes,
diecisiete de los cuales eran especiales.
Muchos turineses y los forasteros sin prisa por
marcharse, fueron a gozar del espectáculo
pirotécnico en el Estadio. Lo honraron con su
presencia en el estrado los Príncipes y numerosas
Autoridades. Fue singularmente aplaudida ((**It19.195**)) la
reproducción de la Basílica de María Auxiliadora,
en cuya puerta abierta aparecía la imagen del
Beato con un gesto de protección a la juventud.
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