((**Es19.165**)de nuez
aquella tarde. Pero hay que decir que, a la hora
más solemne del día, había penetrado una
espiritualidad tan intensa en las multitudes
orantes en la plaza, y a lo largo de la Avenida,
que todas las cercanías del templo parecían formar
una sola iglesia, como si la nave de María
Auxiliadora se hubiese agigantado prodigiosamente
para acoger a tantos millares de fieles.
Mientras la urna se movía lentamente desde lo
alto de la plaza hacia el santuario, íbase éste
poblando con las personas más calificadas que,
saliéndose sucesivamente del cortejo, ocupaban los
puestos preparados. Allí estaban los blancos
Caballeros del Santo Sepulcro y los rojos
Caballeros de Malta, que se colocaban a la
izquierda de la balaustrada fuera del presbiterio;
allí estaban, al lado opuesto, ((**It19.193**)) los
gentileshombres de las Cortes de los Príncipes de
Saboya, y en las sillas próximas las damas de
Palacio, todas vestidas de negro. En los bancos
vecinos había un grupo imponente de Generales con
sus brillantes uniformes; al lado estaban las
autoridades civiles, las jerarquías fascistas y
otros dignatarios. Numerosos Obispos con mitra y
báculo, envueltos en ricas capas pluviales,
prelados menores revestidos con preciosas
casullas, canónigos con su capa magna y párrocos
con su muceta iban llenando ordenadamente, a las
órdenes del incomparable maestro de ceremonias don
Eusebio Vismara, la nave del centro. Cada rincón
se atestaba de monjas de distintas tocas o de
religiosos de distintos hábitos, mientras una nube
de clérigos con roquete se infiltraba por todos
los huecos. Los Cooperadores y Cooperadoras más
insignes subieron a dos tribunas laterales. Lo
mismo afuera que dentro abríase de vez en cuando
la multitud para dar paso a alguno de los
Purpurados que se adelantaba hacia el presbiterio.
Presentaba ya la iglesia un cuadro muy sugestivo,
cuando entró desde la sacristía el Príncipe del
Piamonte con los Príncipes y Princesas que ya
encontramos en el Palacio Real. Los asientos
principescos estaban colocados en el presbiterio
in cornu evangelii, frente a los cardenalicios in
cornu epistolae. En el centro del presbiterio se
levantaba un palco cubierto de damasco rojo, que
esperaba la urna de don Bosco.
Y... he aquí que apareció la urna en medio de
la puerta principal. Cesó en un instante la salva
de aplausos del exterior y no se oía nada más que
el alegre repicar de las campanas. Saludada por el
clangor de las trompetas, el alborozo del órgano,
el estruendo de los aplausos y los vivas, movíase
la urna meciéndose como una nave en medio de un
mar de cabezas. La llevaban a hombros robustos
exalumnos. Todos se inclinaban a su paso y fijaban
después los ojos en la cara del Beato, cuyo perfil
aparecía limpio a través de los cristales. Seguía
adelante
(**Es19.165**))
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