((**Es19.164**)
Cuando llegó el clero, aumentó la intensidad de
los aplausos. Y, al aparecer la urna dorada, un
nuevo estremecimiento invadió a la multitud y se
propagó rápidamente de uno a otro extremo
provocando gritos y aplausos de entusiasmo. El
estribillo del himno llenaba la Avenida, las casas
y la plaza, como expresión festiva y sintética del
sentimiento común. Eran oleadas de fervor místico,
que se elevaban cada vez más altas y fragorosas a
cada breve descanso de la urna.
Entre la avenida Reina Margherita y la calle
Valdocco se abría el ancho espacio por antonomasia
conocido con el nombre del Rond_. Allí negreaba un
público preponderantemente femenino. Tras un gran
cinturón de espectadores, campeaba otra gente:
algunos se habían subido a las columnas de las
farolas y muchos se habían colocado de pie sobre
los automóviles, carros y tablados montados lo
mejor posible. A la entrada de las avenidas varios
grandes autobuses ofrecían incómodo amparo a
cuantos lograban refugiarse en ellos. Todos los
grupos del interminable cortejo pasaban cantando
el himno, cuyas notas y palabras eran recogias y
repetidas por la multitud. No hay que extrañarse
si, después de mucho tiempo todavía se oyera
silbar y tararear por las calles de Turín el aire
sencillo del Don Bosco ritorna -fra i giovani
ancor.
((**It19.192**)) El
perfecto orden querido, predispuesto y mantenido
por don Pedro Ricaldone que, cual si tuviese alas
en los pies, siempre se encontraba allí donde
hubiera necesidad de una enérgica intervención,
permitió que la gigantesca columna realizara todas
sus evoluciones sin paradas o inconvenientes. El
mayor peligro de confusión habría podido suceder
al empezar a llegar los grupos a la meta. íSe
temía un gran desorden cuando cada grupo, libre ya
del cortejo, se encontrase a su propio arbitrio,
dentro de un espacio relativamente limitado! Pero,
también se había pensado en esta eventualidad y
estaba todo previsto. Los jefes de cada grupo
sabían con exactitud matemática cuál era el punto
donde tenían que parar y llevar a los suyos a lo
largo de las avenidas, la calle Cottolengo, la
plaza y la iglesia de María Auxiliadora. Gracias,
pues, a las disposiciones tomadas y a la habilidad
de los ejecutores, la fase conclusiva, y la más
crítica del cortejo, se desenvolvió con el orden y
la calma de un ejército bien mandado.
En María Auxiliadora
Ni siquiera la Basílica de San Pedro hubiera
sido suficiente para la ocasión; la iglesia de
María Auxiliadora, por su parte, era una cáscara
(**Es19.164**))
<Anterior: 19. 163><Siguiente: 19. 165>