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desde lejos, formando una confusión difícil de
distinguir, que llenaba los aires y exaltaba los
espíritus. Detrás del cardenal Gamba se colocaron
y encaminaron los representantes del mundo oficial
civil, político, militar y académico. Precedía el
estandarte de la ciudad de Turín, con su escolta
de honor.
La urna pasó ante el Palacio de Gobierno,
atravesó el espacio del Palacio Real y prosiguió
hasta la Plaza de la Catedral. Desde la escalinata
de la Basílica descendieron para recibirla y
formar el cortejo con los otros dos Príncipes de
la Iglesia los cuatro cardenales: Maffi de Pisa,
Ascalesi de Nápoles, Nasalli-Rocca de Bolonia y
Vidal y Barraquer de Tarragona, seguidos por unos
sesenta Arzobispos y Obispos, muchos abades,
canónigos y párrocos y una infinidad de sacerdotes
seculares y regulares. Los palcos levantados
frente a la iglesia rebosaban de público que no
cesaba de aclamar. La urna se puso de nuevo en
movimiento con su selecto acompañamiento.
A la derecha de la entrada de la Vía XX de
Septiembre se alza la mole del ala nueva del
Palacio Real. El Príncipe Humberto había querido
que, por vez primera, se expusieran en las grandes
ventanas ocho grandísimos y preciosos tapices. En
el balcón central se encontraba el Príncipe y con
él la Princesa Yolanda, los Duques de Génova y
Udine, el Duque y la Duquesa de Pistoya, el Duque
de Bérgamo, la Princesa María Adelaida. Detúvose
unos minutos la urna ante Sus Altezas. Y entonces
el Príncipe Heredero se arrodilló con devoto
recogimiento.
En tanto el zumbido metálico de los aeroplanos
que volaban sobre el cortejo, se confundía con el
inmenso y ensordecedor fragor del himno
frenéticamente cantado y tocado por todas partes
sin solución de continuidad en la Plaza de la
Catedral, por la Vía XX de Septiembre y a lo largo
de la Avenida Regina Margherita. íQué espectáculo
ofrecía esta Avenida! Reinaba en ella un ambiente
totalmente ((**It19.191**))
popular. Dominaba en ella primero el elemento
civil, y ahora, en un trayecto de mil doscientos
metros por cuarenta de anchura, hormigueaba una
inmensa masa de gente humilde. No faltaban
vistosos adornos en los edificios ni grupos de
gente arracimada en ventanas y tejados. En el
cruce de la Avenida con el gran mercado de Puerta
Palazzo la gente ocupaba no sólo los espacios
libres, sino que hasta estaba encaramada sobre los
barracones comerciales. íPobres de ellos, si en un
momento se desbordara la multitud, rompiendo los
diques de la fuerza pública que la contenía!
La variedad cinematográfica del desfile, que
encadenaba la curiosidad del público, ocasionaba
clamorosas explosiones de entusiasmo, como suelen
producirse en las grandes manifestaciones
populares.
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