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el mundo, tributando el primer homenaje de la
población turinesa al Beato.
Se había calculado tan exactamente el tiempo y
la articulación del cortejo se desenvolvió con
tanta precisión, que la vanguardia de los dos
grupos de Valsálice llegaba en el momento justo
para unirse la retaguardia de los tres grupos
((**It19.189**)) que
partieron de la Vía Díaz y la avenida de Cairoli.
Cuando la urna llegó después de ellos a la otra
parte del Po, con su séquito, se adelantó desde el
Valentino el numerosísimo y variadísimo grupo
decimoctavo, el cual, compacto como una legión
romana, cerró hasta el término la sonora y
armoniosa fantasmagoría de un cortejo, como nunca
habían visto las amplias avenidas de la capital
piamontesa.
A medida que la urna avanzaba sonaban
estruendosos aplausos y se oían ensordecedores
vítores. Las mamás elevaban en sus brazos a los
niños. Al asomarse, desde el fondo de la Plaza
Vittorio, la marea de pueblo, que había invadido
el espacio que dejaron libre los ocho grupos que
estaban allí esperando, hubo una gran conmoción;
todo era movimiento y gritos: parecía un mar en
borrasca. Muchos de los más próximos se
arrodillaban. El movimiento y el estrépito se
propagó por la Vía Po, cuando la urna atravesó la
Plaza y llegó a las primeras casas. Adelantaba por
ella entre cantos y músicas, recibida por voces
festivas, mientras a cada paso caía por encima y
alrededor una lluvia continua de flores, formando
un variopinto tapiz de pétalos y hojas. Veíanse en
los balcones las manecitas de los niños
agitándolas alegremente y las manos de los adultos
que se adelantaban unidas en oración. El Don Bosco
ritorna entonado continuamente lo aprendieron
enseguida los espectadores de la calle y de los
balcones que cantaban al unísono con los grupos
del cortejo. El alegre sonido de innumerables
campanas, uniendo concierto a concierto, aumentó
el alborozo. Todo era alegría, emoción,
entusiasmo.
Hacia las seis se asomaba la urna a la Plaza
Castello, la grande e histórica Plaza, donde se
concentra el pueblo turinés en los momentos más
solemnes y queridos de su alma. Ante el Palacio
Madama, que se alza majestuoso casi en el centro,
detúvose la urna para dar comodidad y tiempo a los
grupos decimosexto y decimoséptimo para ocupar su
puesto; eran los dos grupos de las autoridades y
de las representaciones más distinguidas. El
público se agolpaba tras los cordones militares.
Banderas multicolores adornaban los balcones y
ventanas de los edificios. Encima de los tejados
se ((**It19.190**)) veían
racimos humanos apretados en palcos improvisados.
Por todas partes resonaban coros de voces de
hombres y de mujeres y marchas musicales, que se
oían
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