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y párrocos y seguido de un ilustre conjunto de
Caballeros del Santo Sepulcro, dignatarios de las
Sagradas Ordenes Militares de Jerusalén, y de
Malta y de los Caballeros de la Orden de San
Silvestre. Entre esta cantidad de personas iban
los últimos descendientes del Beato; y por fin los
Inspectores Salesianos de todo el mundo.
Su avanzada edad, lo largo del trayecto y el
calor de la estación parecía que deberían haber
desaconsejado al Cardenal Arzobispo tanto trabajo;
pero había respondido a cuantos intentaron
disuadirle de exponerse a aquel riesgo:
-No es don Bosco quien ha de venir a mí; me
toca a mí salir al encuentro de don Bosco.
Y así fue como todos pudieron ver a un
venerando Purpurado, con más de setenta años,
hacer casi cuatro kilómetros a pie ((**It19.188**)) bajo
los rayos ardorosos del sol de junio, movido por
un sublime y heroico sentido de religiosa piedad y
profunda comprensión del alma de su pueblo.
íQué contraste el de aquella prodigalidad de un
sol de estío con los diluvios de agua que, en
abril de 1934, cayeron del cielo sobre las
multitudes reunidas en Roma y en Turín para
participar en las fiestas de la canonización! Pero
la gloria del Beato y del Santo pasó per ignem o
per aquam (por el fuego o por el agua)
resplandeciente, deslumbrado y cautivando a las
turbas que siempre parecieron insensibles a las
adversas condiciones del tiempo.
Con el espléndido acompañamiento descrito
dirigíanse los despojos mortales de don Bosco
hacia la ciudad expectante. A uno y otro lado del
camino se encontraba el gentío agolpado en las
barandillas de las quintas, en las puertas y
ventanas de las casas de campo y en las laderas de
la colina; más abajo, donde se ensanchaba el
camino, había dos hileras apretadísimas de pueblo
que llenaban los dos lados. El suelo estaba
cubierto de flores y llovían flores de lo alto.
Las bandas de música entonaban y repetían el Don
Bosco ritorna, que alegremente cantaban miles de
gargantas. Al pasar la urna, las gentes,
contenidas por los soldados, carabineros y
guardias municipales, gritaban entusiasmadas:
íViva don Bosco!
Cuando el coche bermejo apareció en la punta de
la avenida Fiume, después del monumento de Crimea,
la muchedumbre que esperaba al otro lado del
puente Humberto y en la avenida Víctor Manuel
formó un oleaje pavoroso, por lo que fue necesario
una fuerte intervención de los soldados para
impedir que se rompiera el cordón de tropas. Se
oía por doquiera: íDon Bosco! íDon Bosco! Y cuando
la urna cruzó el puente y se dirigió hacia la
ciudad, se arrodilló todo
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