((**Es19.159**)en
rosa-azul celeste y en blanco-rosa, con pequeños
estandartes y grandes lirios: eran niñas de los
oratorios festivos de las Hijas de María
Auxiliadora. La cabeza del cortejo entró por la
Vía Po, dando principio a un hiperbólico desfile
que duraría más de tres horas.
Avanzaba el cortejo, siempre variado y siempre
igual, en líneas frontales de a doce. La Plaza
Vittorio parecía un gigantesco depósito, que
vertiera sin descanso gente y más gente. Las
bandas de música, aunque eran numerosas, no se
confundían unas con otras, pues estaban separadas
por pelotones de varios millares. Don Bosco
ritorna resonaba en cien tonalidades distintas, de
acuerdo con la edad y el pecho de los cantantes,
que pasaban divididos en sus diferentes grupos.
Despertaron gran curiosidad las representaciones
de toda Italia y de todas las naciones. Había
muchachas simbolizando las regiones italianas;
había jovencitas que llevaban estandartes con los
escudos de las distintas naciones, donde existen
casas salesianas; había centenares de muchachos
que llevaban una faja en bandolera con los nombres
de las localidades, donde los Salesianos tienen
colegios u oratorios festivos. En suma, se
sucedían sin cesar detalles muy distintos bajo las
miradas atentas de la multitud espectadora; no
bastarían cien páginas para hacer una reseña de
todos ellos con algún informe.
Cuando el octavo grupo, que ocupaba el último
puesto en el fondo de la Plaza Vittorio hacia el
río, estaba alineado en el centro y se movía tras
el precedente, iba inmediatamente tras él el
noveno, seguido del décimo y del undécimo, que
estaban esperando en Vía Díaz y en la avenida
Cairoli. Los componían más de doce mil, precedidos
por un larguísimo y blanquísimo cortejo de
Juventudes Católicas femeninas con uniforme
((**It19.186**)) y velo
blanco. Dejamos que toda esta primera parte del
cortejo haga su camino por la Vía Po, atraviese la
Plaza Castello, recorra la Vía XX de Septiembre y
siga por la Avenida Reina Margherita, hacia María
Auxiliadora; nosotros vamos, mientras tanto, en
busca de la segunda sección, procedente de
Valsálice.
Allí estaban a las dos, en la capilla del
Colegio, doce Obispos Salesianos y los Superiores
del Capítulo, los cuales, una vez levantada la
urna de cristal y entregada a los sacerdotes de la
casa que debían llevarla, la acompañaron
procesionalmente con capa pluvial y mitra, hasta
la terraza, ante el mausoleo que guardó los restos
cuarenta años.
Cuando la urna apareció, los alumnos y ex alumnos
que llenaban las terrazas gritaban Viva Don Bosco
y resonaba su eco por todo el valle.
Cuando cesaron las voces, se colocó la urna, en
medio de un silencio de reverencia y expectación,
dentro de un cofre o caja de madera dorada, en la
que sería custodiada y puesta a la veneración de
los
(**Es19.159**))
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