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Ricaldone, que, durante el largo trayecto (largo
por el espacio del mismo y por su duración)
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conoció el descanso, llegaba siempre en el momento
oportuno para corregir cualquier inicio de
dispersión. En una gran procesión de tan enormes
proporciones, si no hubiera habido ningún momento
de corte, habría sido casi un milagro.
Dominaban las bandas de música y los elementos
juveniles, como es patente, en toda su
composición; por eso músicas y canciones debían
sucederse sin interrupción durante la interminable
manifestación triunfal.
El cortejo, en movimiento
Demos ante todo una ojeada a la Plaza Vittorio,
donde debía empezar el cortejo. Los balcones
adornados con tapices y festones estaban llenos de
gente, que asistía con curiosidad al espectáculo
de la ordenación. Al espacio abierto de la plaza
llegaban continuamente largas y numerosas columnas
por las calles laterales y desde la Vía Po. Apenas
desembocaban en la plaza se dirigían rápida y
directamente a ocupar los puestos asignados en la
formación de los primeros ocho grupos, que debían
abrir el cortejo. En aquel hormiguero reinaba el
entusiasmo, pero no se advertía ninguna confusión,
ningún enredo. En los soportales, detrás de los
cordones de carabineros, agentes de policía,
soldados y guardias municipales, se apiñaba la
multitud que acudía a ambos lados para contemplar
el paso de la bendita urna. Mirando desde la
plaza, a todo lo largo de la amplia Vía Po,
flanqueada por sus grandiosos pórticos y
magníficos edificios, no se veían más que
colgaduras multicolores en ventanas y balcones, y
a uno y otro lado un apretado público llenando los
pórticos y a duras penas contenido en las aceras.
Pero no parecía que el servicio de orden tuviera
que afanarse para mantener libre la avenida en su
mayor parte; la animación general no impedía la
disciplina. Contribuía a ello la tradicional
costumbre del pueblo piamontés y quizá también el
carácter religioso de la ceremonia.
((**It19.183**)) Al
sonar la hora, dio don Pedro Ricaldone la señal de
partida al primer grupo y tras él, se fueron
colocando en columna los otros siete: el cortejo
se encontró formado casi automáticamente. Pasaban
de cincuenta mil los componentes.
Precedía un grupo de guardias municipales en
bicicleta, seguido inmediatamente por un
graciosísimo conjunto de pajecillos con uniformes
(**Es19.157**))
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