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solos ni un momento. Don Felipe Rinaldi pronunció
unas palabras evocadoras delante de la urna,
recordando las lágrimas que habían acompañado su
salida del santuario de María Auxiliadora ((**It19.177**)) el año
1888 y presagiando el júbilo con que se la habría
recibido después el día de su feliz retorno. Los
Salesianos de la casa la velaron durante toda la
noche. Por la mañana don Felipe Rinaldi celebró la
misa del Beato, a la que asistieron los
superiores, los clérigos estudiantes y los jóvenes
alumnos del preuniversitario, entre un nutrido
grupo de exalumnos. Más tarde pontificó
solemnemente nuestro cardenal Hlond. A esta
función se admitió también público externo.
Después llegó para visitar los gloriosos restos
el cardenal Ascalesi, arzobispo de Nápoles, el
cual, con delicadeza llena de piedad y amabilidad,
recogió las rosas esparcidas en torno a la urna y
las distribuyó a los más próximos, los cuales las
recibieron con devoto reconocimiento. Llegaron
otros Prelados a continuación, como el arzobispo
de Génova, atraídos por su piedad.
Hacia el mediodía se cerró el colegio a los
forasteros y se llenó de alumnos de los colegios
salesianos situados fuera de Turín. El de
Sampierdarena estaba al completo, desde el
Director hasta el portero. Entraban festivamente
en formación, guiados por sus profesores, con
banderas y músicas. Don Fidel Giraudi, que había
dirigido directamente, desde el reconocimiento de
los restos hasta entonces, todas las operaciones
de Valsálice, invitó a comer a todos, presididos
por el eminentísimo Hlond, varios Obispos
salesianos y el escritor danés J”rgensen, autor de
una recentísima biografía del Beato. Todos los
vítores y aplausos durante el alegre banquete
acababan con aclamaciones al nombre de don Bosco.
No podía entonarse un himno mejor que aquella
festiva alegría juvenil en honor de quien había
sido durante toda su vida la delicia de los
jóvenes.
Las calles de la ciudad hormigueaban de gente
una hora después del mediodía. Las secciones de
los dieciocho grupos que debían participar en el
cortejo se dirigían a sus puntos de concentración;
el resto de la multitud corría de un lado a otro
en busca de posiciones desde las que se pudiese
ver lo mejor posible el desfile. A las dos y media
estaban preparadas todas las concentraciones. Se
acercaba el momento de empezar una de las más
imponentes manifestaciones religiosas, que
ciertamente jamás se habían visto ((**It19.178**)) en
Turín, y quizás muy rara vez en otros lugares. No
nos es posible seguir adelante sin dar una idea de
la disposición de los grupos, que debían componer
el cortejo a medida que llegaba su turno.
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