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del Oratorio, en la plaza de María Auxiliadora y a
lo largo de la avenida Regina Margherita las
ejecuciones musicales, salmodias, predicaciones,
oraciones, que se hicieran en la Basílica. Era una
novedad en el campo religioso, que fue después
imitada en varios lugares. La misma subcomisión
facilitó los enseres para documentar con
fotografías y películas cinematográficas los
detalles más salientes del traslado.
Preparativos para el cortejo
El trabajo mayor fue el encomendado a la cuarta
subcomisión: la preparación del cortejo que debía
acompañar el cuerpo del Beato desde Valsálice a
Valdocco. Si se quería que todo respondiese a las
esperanzas universales, no bastaba ciertamente
trazar un plan grandioso, sino hacerlo posible y
de segura realización. De ello se preocupó
personalmente don Pedro Ricaldone, el cual supo
buscar colaboradores a propósito y dirigir su
actuación. Comenzó por estudiar detalladamente el
recorrido y buscarse el apoyo de las Autoridades
ciudadanas. Después se dispuso a calcular las
modalidades que debían regular el desfile. Con
escuadras de alumnos del Oratorio repitió varias
veces los ensayos para determinar la extensión de
las columnas y medir el tiempo de la marcha.
Resultaba indispensable hacer estas pruebas
previamente, porque eran cada vez más los
participantes que se anunciaban: el cálculo
preventivo de sesenta mil, elevado luego a cien
mil, resultó ((**It19.174**))
después inferior a la realidad. Se fijaron
dieciocho agrupaciones, al frente de cada una de
las cuales se colocó un sacerdote salesiano,
dotado de la necesaria energía. Hecho el cálculo
aproximado de los individuos asignados a cada
grupo, don Pedro Ricaldone dio instrucciones a los
jefes para que movilizaran unos doscientos
ayudantes elegidos entre los exalumnos, los padres
de familia asociados y los jóvenes de los
oratorios festivos. Señores de profesiones
liberales, estudiantes y obreros prestáronse a
ello con verdadero fervor, sacrificando muchas
horas de descanso para asistir a las reuniones.
Con el título de reguladores fueron repartidos
entre los jefes de grupos, en número proporcionado
al contingente del grupo respectivo. Algunos
ilustres eclesiásticos se ofrecieron para la
asistencia de los Cardenales y Obispos, y algunos
señores de la aristocracia aceptaron el ocuparse
del ceremonial para las personalidades más
distinguidas.
Una vez compilados así los cuadros, eligió don
Pedro Ricaldone los puntos de concentración de los
grupos, lo mismo para la partida
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