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Preparativos generales
Era preciso, ante todo, comunicar con tiempo la
fecha de los festejos y publicar las líneas
fundamentales del programa. El Rector Mayor don
Felipe Rinaldi se preocupó de ello en su circular
del cuatro de abril a los directores diocesanos,
decuriones y celadores de los Cooperadores. Ya
anunciaba en ella que <>, estaba a punto de llegar;
encargaba, por consiguiente, a los destinatarios
que hicieran llegar a todos los miembros de la Pía
Unión la invitación para ir a Roma el dos de junio
y el nueve a Turín. Y, después de comunicar lo que
se haría en Roma, anunciaba para Turín el traslado
del cuerpo desde Valsálice a la Basílica de María
Auxiliadora, un solemne triduo en el mismo
santuario y la colocación de la primera piedra de
un Instituto Misionero.
Lo segundo en que había que pensar para Turín,
mucho más que para Roma, era en una adecuada
organización. Roma absorbe las multitudes, que se
encauzan fácilmente por sí mismas y encuentran
allí lo esencial; además, la inmensidad de San
Pedro facilita a todos el acomodarse ((**It19.169**)) de
algún modo dentro o fuera de la Basílica. En
cambio en una ciudad de provincia, aunque sea
Turín, si se quieren congregar masas muy grandes
sin que se pierdan y que las reuniones de
multitudes se desarrollen ordenadamente, está todo
por hacer. Pero don Felipe Rinaldi tenía a su
disposición el hombre que se necesitaba, dotado de
la clarividencia, energía y sangre fría que se
requerían para organizar un gigantesco movimiento.
Era el Prefecto General don Pedro Ricaldone. A él
le encargó la organización los preparativos y la
ejecución de los mismos, y él fue quien dirigió
todo lo que vamos a ir describiendo.
Constituyó inmediatamente comisiones de honor y
comisiones organizadoras. Aceptaron la presidencia
honoraria de la Comisión masculina el Príncipe
Heredero, otros siete Príncipes de la Casa de
Saboya y el Cardenal Arzobispo; y se adhirieron
como miembros honorarios setenta y seis ciudadanos
más, entre aristócratas, dignatarios eclesiásticos
y civiles, altos funcionarios, senadores y
diputados, lumbreras de las letras y las ciencias,
industriales y financieros.
Dieron su nombre a la Comisión femenina cinco
Princesas de la Casa de Saboya como presidentas, y
otras ciento cincuenta socias, entre damas de la
nobleza y señoras de la alta burguesía. De esta
forma resultó que la flor y nata del señorío de la
ciudad esperaba la llegada del suspirado
acontecimiento, no como un pasivo espectador, sino
con el ánimo de ser parte activa del
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