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Habéis oído estas palabras en medio de la
alegría y el esplendor de la apoteosis de don
Bosco y os auguramos que ello contribuya a
esculpirlas en vuestros corazones.
Sois hijos de un Santo; y habéis de mostraros
siempre dignos de tal honor por doquiera. Ello os
ayudará, queridos míos, a dirigir vuestros
pensamientos, deseos y aspiraciones hacia lo alto,
hacia la verdad y el bien; así estará contento
vuestro Beato de vosotros y se os reconocerá por
todas partes y se dirá que el Beato don Bosco ha
sido glorificado en la sabiduría de sus hijos.
Y ahora para alcanzaros el cumplimiento de
estas metas sublimes, os impartimos la Bendición
Apostólica extensible a todas vuestras
intenciones: la impartimos a los Salesianos,
alumnos y exalumnos, a los colegios, a las
Misiones, a todo lo que lleváis con vosotros o que
está en vuestro pensamiento: entendemos que llegue
a todo nuestra bendición.
Todos se postraron para recibir la bendición
del Papa, el cual en medio de los aplausos
abandonó la sala, acompañado por las miradas
ansiosas y centelleantes de aquella generosa
juventud.
Pensaban los Superiores Salesianos imprimir a
las manifestaciones romanas un carácter de
perennidad, mediante una obra que fuese
imperecedero recuerdo en Roma del fausto suceso
para los venideros. Por eso llevaban ya entre
manos una empresa que resultaba muy oportuna. Se
estaba formando, desde hacía veinte años, un
barrio nuevo, cada vez más populoso entre Tor
Pignattara y Via Appia Nuova. Los nuestros habían
adquirido por allí, en 1929, junto a la vía
Tusculana ((**It19.163**)) un
estimable terreno que medía treinta y cinco mil
metros cuadrados, con la idea de levantar amplios
talleres y escuelas profesionales para unos
trescientos jóvenes internos, más otras
construcciones para oratorio festivo y centro
postescolar. Se pensaba también en construir un
templo majestuoso para atender las necesidades
espirituales de la nueva población, con capacidad
para seis mil fieles por lo menos y dedicado a
María Auxiliadora. Los planos, confiados al
hermano arquitecto Julio Valotti, ya estaban
preparados en abril de 1928 y el doce de mayo del
año siguiente, día onomástico de Pío XI, fueron
presentados al Padre Santo, a quien se le comunicó
que se quería titular la obra con su nombre, como
devoto homenaje de los Salesianos en su inminente
jubileo sacerdotal. El Papa manifestó su
agradecimiento por la filial demostración; y, al
examinar detalladamente los planos de las
escuelas, se detuvo ante el proyecto de la iglesia
y mostró su satisfacción. Y como se entendía
comenzar ésta en un segundo tiempo, exhortó a que
se empezara sin demora. Por tanto, cuando se
anunciaba como cierta y próxima la beatificación
de don Bosco, aunque todavía no estuviera acabada
ni siquiera la primera ala del edificio escolar,
los Superiores determinaron que, en el programa de
las fiestas que se preveían, se incluyese también
la ceremonia de la
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