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mientras el Papa pasaba dando a besar la mano.
Entró después en el aula Consistorial, donde
estaban reunidos los muchachos. El Padre Santo
desfiló también ante ellos y agradeció la ofrenda
de varios volúmenes artísticamente encuadernados,
que trataban de los distintos métodos seguidos en
las escuelas profesionales salesianas. Estaba
entre ellos, además, una publicación de don
Rotolo, Director del Oratorio, titulada I
soggiorni del Beato Don Bosco a Roma (Las
estancias del Beato Don Bosco en Roma). Sentóse el
Papa en el trono, y resonó la voz de un jovencito
que le dirigió estas palabras:
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Beatísimo Padre:
Con el alma rebosante de santo entusiasmo hemos
llegado a Roma los doscientos cincuenta aquí
presentes para representar dignamente a los
setecientos alumnos de la Cada Madre de los
Salesianos, el Oratorio de San Francisco de Sales
de Turín, primera fundación de nuestro querido
Padre, el Beato Juan Bosco. Nuestro entusiasmo,
alimentado en nosotros durante mucho tiempo,
mientras seguíamos con amoroso temor las fases del
Proceso Apostólico para la Causa de don Bosco,
sobre todo aquellas que debían ser coronadas con
la Palabra solemne y tan cordial de Vuestra
Santidad, lo presentamos ahora a vuestros pies
juntamente con los sentimientos de vivísimo
reconocimiento y profunda devoción con que se
sienten llenas nuestras almas hoy más que nunca.
Queremos rendiros este homenaje, Beatísimo
Padre, a Vos que, en la majestad imponente de los
Palacios Vaticanos, después de haber tenido, el
domingo pasado, la inestimable fortuna de
encontrarnos a vuestro paso, en San Pedro, donde
con todo el arrebato de nuestros corazones hemos
buscado subir hasta Jesús, cuyo Representante en
la tierra es Vuestra Santidad, el sincero homenaje
de nuestra fe, nuestra filial obediencia y nuestro
gran amor.
Salimos del Oratorio de Turín con la grata
poesía de los recuerdos que resonaban en nuestra
alma, sin olvidar que, hace cuarenta y seis años
ahora, había sido morada agradable y llena de
íntimas y suaves impresiones para Vos, Beatísimo
Padre, y que ahora consideráis como una gran
fortuna haber alternado confidencialmente en
aquella circunstancia con el nuevo Beato. íCuántos
recuerdos queridos, ligados al nombre de don
Bosco, fidelísimo servidor del Sumo Pontífice y de
la Cátedra Romana, Apóstol de la devoción al Papa!
El Oratorio que dentro de pocos días volverá a
tener en la gloria a su Fundador, repite a todos
los hechos maravillosos de que fue testimonio
desde sus albores.
Ya el año 1847, más de quinientos jóvenes,
reunidos en torno a don Bosco, defraudando las
expectativas de algunos sectarios mal
intencionados, repetían con entusiasmo el grito de
íViva el Papa! para demostrar la reverencia que
siempre se debe a la dignidad Pontificia. El año
1849, a una invitación de don Bosco, los muchachos
del Oratorio, juzgando que era una suerte poder
dar muestras de veneración a la Cabeza de la
Iglesia, priváronse casi de lo necesario e
hicieron una colecta que alcanzó las treinta y
tres liras. Fueron enviadas al Obolo de San Pedro
para aliviar la augusta pobreza de Pío IX,
desterrado en Gaeta. Y llegaron al Papa juntamente
con los sentimientos de tierna devoción con los
que iban acompañadas. El Pontífice experimentó, en
medio de sus dolores, una suave emoción ante la
afectuosa y sencilla
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