((**Es19.135**) Qué
horas más bellas, solemnes, gloriosas las que ha
contemplado este lugar, éste que muy bien puede
llamarse famoso en todo el mundo Patio de San
Dámaso, aun contando solamente aquéllas a las que
ha querido la divina Bondad concedernos que
asistiésemos, sobre todo durante el Año Santo, y
también ((**It19.155**)) en
otras circunstancias. Pero, raras veces Nos ha
sido dado contemplar y ver lo que hoy vemos y
contemplamos, un grupo como éste, tan grande, tan
compacto de hijos elegidos del Papa y de la
Iglesia, tanta gloria y tanta alegría de verdadera
caridad, tanto entusiasmo de piedad filial, tantas
demostraciones de fe, de amor verdadero a la Santa
Iglesia, Madre de las Iglesias, y al Vicario de
Cristo, en el Padre de las almas, Padre común de
todos los creyentes. Y todo esto en el nombre, ya
ilustre y glorioso por todo el mundo, en nombre de
don Juan Bosco, hoy con fama y gloria no solamente
terrena y mundial, sino celestial y eterna, en
nombre y gloria del Beato don Juan Bosco.
(Aplausos).
Ya sabéis, y lo saben casi todos los presentes,
que nuestro corazón, toda nuestra alma participa
grandemente de vuestra alegría y de vuestro gozo,
porque también Nos (lo hemos repetido muchas veces
y siempre con gran satisfacción) no sólo nos
contamos entre los admiradores de don Bosco, sino
que, por una especial gracia de Dios, hemos sido
de los que le conocieron personalmente, de los que
recibieron sus signos vivos y paternales de
benevolencia y estamos por decir de paternal
amistad, como podía darse entre un veterano
glorioso del sacerdocio y el apostolado católico y
un joven sacerdote, joven entonces, y ya
envejecido, como muy bien sabéis, a quien vosotros
mismos venís a confortar con estas vuestras
demostraciones de filial piedad (Fortísimos
aplausos).
Os damos las gracias, queridísimos hijos, y
sabemos que habéis participado en nuestro Jubileo
Sacerdotal de una manera infinitamente más
importante que con vuestros gratos aplausos, con
vuestras oraciones, por las que os damos gracias
muy especiales. Estamos personalmente alegres, con
este recuerdo de viejas memorias, al ver en torno
a Nos aquellos veteranos de los alumnos
salesianos, aquellos obreros de la primera hora,
siempre la más difícil, la más ardua, cuando se
trata de abrir surcos, de arrancar los primeros
frutos a tierras inexploradas y comenzar su
cultivo, ítodo honor sea dado a vosotros antiguos
soldados de la institución salesiana, a vosotros
primeros compañeros del Beato Juan Bosco!
Y bienvenidos seáis los llegados de todas las
partes del mundo para hacer más gloriosas y
grandiosas las primicias de veneración a vuestro,
a nuestro glorioso Beato. Por la gracia de Dios,
Nos lo hemos podido elevar como modelo, al honor
de los altares. Vosotros habéis venido desde todas
las gentes a rendirle tributo, pocas veces tan
universal, en la actualidad de la beatificación,
en la gloria tan espléndida de San Pedro en el
Vaticano. Y vosotros, no sólo Nos habéis hecho
gustar más vivamente, con vuestra presencia, esta
elevación al honor de los altares, sino que
también Nos habéis hecho sentir y gustar más
vivamente esa universal paternidad que la divina
Providencia quiso, en su divina bondad y en sus
inescrutables designios, conceder a nuestro pobre
corazón. Nunca como en estos momentos en los que
vemos en torno a Nos almas tan ((**It19.156**))
encendidas en la caridad cristiana como las
vuestras, almas llegadas de todas las partes del
mundo, nunca como en estos momentos sentimos ser
verdaderamente el Padre de todos los creyentes, de
toda la gran familia católica que vosotros
representáis tan real, tan grandiosa, tan
dignamente, que esta sola presencia constituiría
un testimonio elocuentísimo de los méritos del
Beato Juan Bosco y de la fecundidad y valor de su
obra.
Cuando pienso que vosotros, Salesianos y
Salesianas, alumnos y alumnas, exalumnos
(**Es19.135**))
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