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sonriente y alzando los brazos, y admiró el
espectáculo de la juventud alborozada; después se
sentó en el trono.
Mientras tanto, había sucedido un pequeño
episodio que queremos narrar. Algunos colegios
salesianos habían acudido con sus bandas de música
y habían entrado tocando en el patio. Esto había
molestado al Maestro de la banda palatina, que
debía ejecutar el himno pontificio a la llegada
del Papa; pero, cuando sólo faltaban unos minutos
para llegar el Padre Santo, ya habían los
Superiores logrado imponer silencio. Y allí estuvo
el percance. Aparecía ya el Papa y estaba el
Maestro a punto de dar la señal para comenzar el
himno, cuando llegó una banda colegial retrasada
interpretando de repente una marcha. Entonces el
Maestro, con la batuta en el aire, perdió la
paciencia. El Papa, que se dirigía hacia el trono
y se dio cuenta de ello, le dijo:
-Paciencia, Maestro. Estamos en un oratorio
festivo.
Cuando las aclamaciones de la multitud y las
notas del himno acabaron, la Schola cantorum del
colegio del Sagrado Corazón, dirigida por el
maestro salesiano Antolisei, ejecutó las
Acclamationes en honor del ((**It19.153**)) Papa,
según la antigua liturgia. Siguió el canto del
Oremus pro Pontifice, entonado por los doscientos
clérigos salesianos del Instituto teológico
internacional de Turín, que habían ido a Roma. Por
fin prorrumpieron al unísono los muchachos con el
himno salesiano, que nunca habían cantado con
tanto ardor. El Papa escuchaba con visible
complacencia. Cuando terminó el canto, acercóse al
trono el Rector Mayor y leyó el siguiente
discurso:
Beatísimo Padre:
Toda la Familia Salesiana está llena de júbilo
y alegría en torno a su Padre Fundador, que ayer
ha elevado Vuestra Santidad al honor de los
altares y ha venerado sus Sagradas Reliquias.
Una numerosa representación de Salesianos,
Hijas de María Auxiliadora, exalumnos,
cooperadores y admiradores del nuevo Beato acudió
al faustísimo y memorable suceso y tiene ahora la
fortuna de encontrarse conmigo a los pies de
Vuestra Santidad, para repetir el unánime consenso
de afecto filial de la familia salesiana a Vuestra
Augusta Persona.
Vinieron de todas partes, hasta de las más
remotas e inhabitables misiones, atraídos por el
ternísimo amor que desde su infancia han tenido a
nuestro Beato Padre. Me parece digno de poner de
relieve la presencia de unos pocos de sus
primerísimos hijos, testigos oculares, porque
Vuestra misma Santidad <> supo
describir finalmente la atracción que el Beato
ejercía sobre sus primeros apóstoles para
lanzarlos a la conquista de las almas. Estos
venerandos decanos de la Familia Salesiana, que
vieron con sus ojos y palparon con sus manos la
santidad de don Bosco, han venido hoy aquí para
unirse a la
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