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singularmente satisfecho por el orden y la
precisión con que se habían desenvuelto las
diversas partes del rito, a pesar de tan
extraordinaria concurrencia. Encomió a las
autoridades civiles por el trabajo desplegado en
la organización del acceso de los fieles a la
Basílica y por haber hecho las cosas de tal modo
que todos gozasen tranquilamente del magnífico
espectáculo de la iluminación.
-La beatificación de don Bosco, concluyó
diciendo, se recordará en los anales de la Iglesia
y de la Sociedad Salesiana.
Finalmente don Felipe Rinaldi presentó a Su
Santidad la medalla conmemorativa, acuñada en oro,
plata y bronce, que llevaba en el anverso la
imagen del Beato y en el reverso su primer sueño.
Lo que dijo el Papa sobre el buen orden en tan
gran movimiento, llamó la atención de los
Postuladores de otras Congregaciones,
especialmente al de los Jesuitas, que quiso saber
cómo lo habían logrado los Salesianos. La verdad
es que, a pesar de la cuidadosa preparación y la
prudente vigilancia, se descubrió a última hora
una notable sustracción de invitaciones, que
ciertamente habría ocasionado desorden, de haber
faltado una buena organización; en cambio, no sólo
no hubo desorden, sino que todo pudo arreglarse
sin ser advertido nada más que por los
organizadores.
Fue digno remate de la celebración la audiencia
de la tarde del mismo día tres, tildada de
<> por la prensa. Hasta doce mil
personas se apretujaban en el patio de San Dámaso.
En el fondo del mismo se levantaba el trono papal
sobre un amplio palco, ante el cual había una
valla que dejaba libres unos metros. El resto del
patio estaba ocupado por tres grupos numerosos: en
el centro, los alumnos de los colegios salesianos
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Italia y del extranjero; a la izquierda, las
alumnas de los colegios de las Hijas de María
Auxiliadora; a la derecha los Cooperadores y
Cooperadoras. Junto al trono pontificio, se
colocaron el cardenal Pedro Gasparri, Secretario
de Estado y Protector de la Congregación
Salesiana, y los eminentísimos Hlond y Vidal y
Barraquer, arzobispo de Tarragona. En el palco se
acomodaron treinta Obispos y con ellos don Felipe
Rinaldi, el Capítulo Superior, don Juan Bautista
Francesia y el senador conde Rebaudengo. Delante,
en el espacio vacío, se agolparon muchos
Salesianos y algunas representaciones.
La animación de tantos jóvenes ponía en el
ambiente una especie de electricidad, que acusaba
la impaciencia de la espera. De pronto estalló un
fragoroso e interminable aplauso, saludando la
aparición del Papa. Precedíanle los Guardias
Nobles y le rodeaban los Prelados y Gentilhombres
de su noble Antesala. Pío XI respondió al saludo
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