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((**Es19.132**) singularmente satisfecho por el orden y la precisión con que se habían desenvuelto las diversas partes del rito, a pesar de tan extraordinaria concurrencia. Encomió a las autoridades civiles por el trabajo desplegado en la organización del acceso de los fieles a la Basílica y por haber hecho las cosas de tal modo que todos gozasen tranquilamente del magnífico espectáculo de la iluminación. -La beatificación de don Bosco, concluyó diciendo, se recordará en los anales de la Iglesia y de la Sociedad Salesiana. Finalmente don Felipe Rinaldi presentó a Su Santidad la medalla conmemorativa, acuñada en oro, plata y bronce, que llevaba en el anverso la imagen del Beato y en el reverso su primer sueño. Lo que dijo el Papa sobre el buen orden en tan gran movimiento, llamó la atención de los Postuladores de otras Congregaciones, especialmente al de los Jesuitas, que quiso saber cómo lo habían logrado los Salesianos. La verdad es que, a pesar de la cuidadosa preparación y la prudente vigilancia, se descubrió a última hora una notable sustracción de invitaciones, que ciertamente habría ocasionado desorden, de haber faltado una buena organización; en cambio, no sólo no hubo desorden, sino que todo pudo arreglarse sin ser advertido nada más que por los organizadores. Fue digno remate de la celebración la audiencia de la tarde del mismo día tres, tildada de <> por la prensa. Hasta doce mil personas se apretujaban en el patio de San Dámaso. En el fondo del mismo se levantaba el trono papal sobre un amplio palco, ante el cual había una valla que dejaba libres unos metros. El resto del patio estaba ocupado por tres grupos numerosos: en el centro, los alumnos de los colegios salesianos ((**It19.152**)) de Italia y del extranjero; a la izquierda, las alumnas de los colegios de las Hijas de María Auxiliadora; a la derecha los Cooperadores y Cooperadoras. Junto al trono pontificio, se colocaron el cardenal Pedro Gasparri, Secretario de Estado y Protector de la Congregación Salesiana, y los eminentísimos Hlond y Vidal y Barraquer, arzobispo de Tarragona. En el palco se acomodaron treinta Obispos y con ellos don Felipe Rinaldi, el Capítulo Superior, don Juan Bautista Francesia y el senador conde Rebaudengo. Delante, en el espacio vacío, se agolparon muchos Salesianos y algunas representaciones. La animación de tantos jóvenes ponía en el ambiente una especie de electricidad, que acusaba la impaciencia de la espera. De pronto estalló un fragoroso e interminable aplauso, saludando la aparición del Papa. Precedíanle los Guardias Nobles y le rodeaban los Prelados y Gentilhombres de su noble Antesala. Pío XI respondió al saludo (**Es19.132**))
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