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Inmediatamente después, la atención del público
que salía de la Basílica y el que invadía la plaza
por todas las bocacalles se concentraba para
contemplar las acrobáticas maniobras de los
famosos <>, que, en número de
trescientos cincuenta, ocupaban sus puestos en la
fachada y alrededor de la cúpula. Oscurecía, y
aquellos hombres agilísimos, superando
dificultades que no imaginaban los espectadores,
se disponían a la iluminación de la Basílica.
Es ésta una operación que se desenvuelve en dos
tiempos. Se iluminan primero las líneas
arquitectónicas de la fachada, los ((**It19.149**))
festones de la cúpula y las columnatas. Son cinco
mil farolillos dispuestos de tal modo que aparece
claramente dibujada la silueta de la mole. La
cúpula de Miguel Angel parece destacarse de la
tierra y lanzarse hacia las esferas celestes.
Después, un cuarto de hora antes de las nueve, a
una señal, encienden los <> desde sus
puestos un hacha de viento, escondiendo su luz
dentro de una mampara de hierro, y a las nueve en
punto, apenas da la campana el primer toque, el
jefe de los <>, que está colocado
sobre la cruz de la bola de la cúpula, enciende
allá arriba la primera tea. Le imitan los demás
con fantástica rapidez, encendiendo las teas que
llevan en sus manos, de forma que, en menos de
diez minutos, aparecen de arriba abajo quinientas
nuevas luces, y toda la Basílica palpita con una
luminosidad dorada. La cúpula cambia de aspecto y
se levanta a manera de colosal tiara
incandescente, de la que pende un manto real,
bordado con llamas y adornada esplendorosamente.
Los peregrinos y habitantes de la ciudad gozaron,
en la plaza y desde todas las alturas de la Urbe,
hasta entrada la noche entusiasmados con el
magnífico espectáculo. La gloriosa jornada no
podía tener un epílogo más romano. O Roma felix!
Verdaderamente no suele hacerse la iluminación
de San Pedro en las beatificaciones, ya que está
reservada para las canonizaciones. Pero la familia
salesiana, con particular complacencia del Padre
Santo, la quiso para nuestro Beato. Por otro lado
podía haber habido un grave inconveniente. El dos
de junio coincidía con el primer domingo del mes,
cuando se celebra en Italia la fiesta del Estatuto
y se enciende en Roma, en el Pincio, la llamada
girándula o fantásticos juegos pirotécnicos, que
gustan mucho a la población. Pero don Francisco
Tomasetti se apresuró a comunicárselo al Príncipe
Boncompagni, gobernador de la Ciudad, el cual
dispuso que el popular espectáculo se trasladara
al domingo siguiente. La disposición mereció el
aplauso universal. íSignos de los tiempos!
Por lo demás, la beatificación de don Bosco
había encontrado
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