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Acabada la lectura, hubo un momento solemne.
Pusiéronse todos en pie y clavaron sus ojos en la
gloria de Bernini. A una señal se corrió la
cortina que cubría el centro y apareció el nuevo
Beato envuelto en millares de luces. Todo el
ábside se iluminó con innumerables lamparitas. En
el altar resplandecía un magnífico relicario. El
inmenso público no pudo frenar su emoción a la
vista de don Bosco en la gloria y prorrumpió en un
clamor de aplausos entusiastas, que semejaba el
estruendo del trueno bajo las gigantescas bóvedas.
Una vez calmado ((**It19.144**)) el
estruendo, se oía, desde el exterior, el resonar
de las grandes campanas de San Pedro, cuyo alegre
repique se propagaba de iglesia en iglesia
anunciando a toda la Urbe la elevación de don
Bosco al honor de los Beatos. Escribía el
Osservatore Romano del día ocho: <>.
Mientras tanto había entonado el celebrante el
himno de agradecimiento: Te Deum laudamus! Y un
grito de fe y de alegría le respondió, saliendo de
miles de gargantas: Te Dominum confitemur!
íDespués de tan difíciles y largas pruebas
había llegado por fin la hora del triunfo! Allí
estaba el don Bosco, a veces, incomprendido,
contrariado, combatido, siempre en lucha contra
dificultades de todo género; allí estaba brillando
ya en medio de un fulgor de luces y hecho un himno
de gloria que parecía querer traspasar los límites
del espacio y del tiempo.
Cuando el himno ambrosiano acabó, entonó el
diácono, por vez primera, el Ora pro nobis Beate
Ioannes y Mons. Valbonesi, el celebrante, cantó el
Oremus e incensó la reliquia y la imagen. Vistióse
después los ornamentos sagrados y empezó la Misa
pontifical, celebrada con toda la solemnidad que
se admira en la Basílica del Príncipe de los
Apóstoles. La Capilla Julia, bajo la dirección del
maestro Boezi, interpretó la parte musical. De
acuerdo con la costumbre, se hizo una abundante
distribución de estampas y Vidas del Beato. La
función acabó al mediodía.
La riada de gente, que salía por todas las
puertas, se mezclaba en los pórticos y formaba un
solo grupo, enormemente emocionado. Desde allí se
vertía, a manera de rebosante catarata, por la
amplia escalinata e iba a inundar la plaza que, en
poco rato, pareció el mar movido por el viento. En
el centro ((**It19.145**)) de la
fachada de San Pedro flameaba al aire sobre
aquella multitud un anchísimo estandarte. Los
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