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de Israel quien da fuerza y vigor a su pueblo
(Sal; LXVII, 36), a fin de que, no permitiendo que
se atemoricen ante ninguna dificultad de este
mundo ni ante los enemigos actuantes, puedan
conseguir los santos fines que se propusieron,
como felizmente sucedió al piadoso fundador de los
Salesianos, el sacerdote Juan Bosco.
Nació el 16 de agosto de 1815 en una pequeña
aldea rural, junto a Castelnuovo de Asti, de
piadosísimos padres y recibió el santo bautismo al
día siguiente. Habiendo perdido muy pronto al
padre, Juan Bosco vivió una infancia llena de
dificultades. Su madre, insigne por su virtud,
digna de ser señalada como educadora ejemplar,
enseñó la doctrina cristiana a su hijito que,
desde los primeros años, diose a conocer ((**It19.139**)) a
todos por su piedad, pureza de costumbres y
dulzura de carácter. Dotado de agudo ingenio y
tenaz memoria, siendo un niño todavía, solía
repetir con admirable fidelidad, lo que había oído
al párroco en la iglesia o a cualquier predicador,
a sus paisanos, a los que, ya entonces, como
adelantándose a lo que haría más tarde, reunía en
los días festivos con sus juegos, deseoso de
enseñarles la religión católica y a rezar a Dios y
a la Virgen.
Aprendió las primeras letras con el capellán
del lugar, asistió después a las escuelas de
Castelnuovo, a diez kilómetros de distancia, y,
por fin, a las de Chieri, demostrando siempre ser
un estudiante ejemplar, aunque, por la pobreza de
la vida se dedicó durante muchos años a los duros
trabajos del campo, como obrero y criadillo.
A los diecisiete, vistió la sotana e ingresó en
el Seminario arzobispal de Chieri, gracias al
consejo y ayuda especiales del Beato Cafasso, por
quien siempre sintió veneración y amistad. En el
mismo Seminario cursó con aprovechamiento los
estudios filosóficos y teológicos, y a
continuación, ya sacerdote, se dedicó de nuevo,
durante más de tres años, al estudio de la
teología moral y la sagrada elocuencia en la
Residencia Sacerdotal de San Francisco de Asís en
Turín. Finalmente el año 1841, ordenado sacerdote
la vigilia de la Santísima Trinidad en Turín,
celebró la primera misa privadamente y con
profunda piedad en la iglesia de San Francisco; y
después, en la solemnidad del Corpus Christi, en
medio de la gran emoción de todos los que habían
acudido a la aldea nativa, celebró con edificante
piedad la misa solemne en la iglesia de
Castelnuovo.
El novel sacerdote, desplegando un celo
ardentísimo por la salvación de las almas y gran
caridad, ejerció el cargo de coadjutor del párroco
de Castelnuovo durante cinco meses; pero el
Espíritu del Señor estaba con él y le llamaba
próvidamente para atender una mas amplia porción
de su viña. Entró en la Residencia Sacerdotal de
San Francisco de Asís en Turín, bajo la dirección
y guía del Beato Cafasso, entregóse activamente,
con gran provecho para las almas, al ministerio
sacerdotal en las carceles y en los hospitales;
atendía asiduamente al confesonario y dirigía
constantemente todo lo que hacía, a la única
finalidad de la salvación de las almas; seguidor
de san Francisco de Sales, al que se había
propuesto por modelo, se dedicaba con dulzura y
paciencia admirables a llevar los pecadores
arrepentidos a Dios. Aprovechaba todo lo que
servía para conseguir tan santos fines; para poder
confesar a los soldados alemanes aprendió
expresamente en poco tiempo su lengua; para salir
al encuentro del pueblo y de la gente inculta e
ignorante, aumentó su vasta y variada cultura,
dedicándose con particular empeño a la ciencia
apologética y al estudio de la historia.
Pero ya desde entonces le atraía la suerte de
los niños y los jóvenes que, faltos de toda
educación cristiana, crecían en la calle lejos de
Dios y fuera del sendero de las verdades ((**It19.140**)) y de
la justicia. Por lo cual reunió durante tres años,
a partir del día de la Inmaculada de 1841, en la
iglesia turinesa de S. Francisco de Asís, a
muchachos
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