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Pedro. Acuciados por el único deseo de asistir a
la exaltación de don Bosco, todos se apresuraban a
conquistar un buen puesto en la inmensa Basílica.
Subida la escalinata y puesto el pie en el
pórtico, alzaban los peregrinos los ojos al
estandarte que presentaba, sobre la puerta
principal, a don Bosco llevado en triunfo por un
grupo de sus alegres alumnos, tal como lo
describen las Memorias Biográficas. El padre de la
juventud aparecía sentado en un sillón y al fondo
se divisaba la campiña piamontesa. Los que sabían
latín, leían en el estandarte un dístico latino
cuyo sentido era: Sostienen sobre sus hombros con
clamorosas aclamaciones al sacerdote Juan Bosco,
los muchachos alegres y animados por un solo amor
1.
La inmensidad de la Basílica se cubría por
minutos; dos horas antes de la ceremonia ya
estaban atestados los espacios reservados.
Personalidades diplomáticas y civiles e ilustres
representaciones llenaban las grandes tribunas a
los lados del ábside. En otras tribunas se veía al
soberano de la Orden de Malta, a los parientes del
Beato, a los superiores de los Salesianos y a las
Superioras de las Hijas de María Auxiliadora.
Debajo, y por ambas partes, se encuadraban en
distintos recintos colegios masculinos y
femeninos, peregrinaciones colectivas y personas
con invitaciones especiales. En asientos adecuados
esperaban numerosísimos Arzobispos y Obispos,
entre los cuales había doce Prelados Salesianos. A
la derecha y a la izquierda del gran arco bajo la
cúpula, entre la Confesión y el ábside, pendían de
dos miradores dos amplios estandartes, ((**It19.137**)) en los
cuales se veían reproducidas las escenas de los
dos milagros aprobados para la beatificación 2. Al
fondo del majestuoso ábside, sobre el altar de la
Cátedra y en el centro de la admirable aureola de
los ángeles, llamada Gloria de Bernini, una
cortina escondía a las miradas ansiosas del
público algo que evidentemente debería aparecer en
el momento oportuno.
A medida que se acercaba la hora de la función
era más intensa la espera general y un mal
contenido estremecimiento de impaciencia agitaba a
la multitud. En lo alto de la tribuna, donde se
veía al estado mayor de los Salesianos, habían un
venerando anciano, único superviviente de los más
antiguos tiempos del Oratorio, don Juan Bautista
1 Sustollunt humeris festo clamore
Ioannem
Ludentes iuvenes, quos alit unus amor.
2 Cada uno de los cuadros llevaba su propia
leyenda. En uno: La señora Teresa Callegari, que
padecía poliartritis aguda infecciosa, a lo que se
juntaron otras graves enfermedades, invocó
confiadamente el favor del siervo de Dios Juan
Bosco, fundador de la Pía Sociedad Salesiana, e
inmediata y plenamente sanó. En el otro: Sor
Provina Negro, después de invocar el patrocinio
del Venerable siervo de Dios Juan Bosco, fundador
de la Pía Sociedad Salesiana, sanó inmediata y
perfectamente de úlcera circular de estómago.
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