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((**Es19.120**) Pedro. Acuciados por el único deseo de asistir a la exaltación de don Bosco, todos se apresuraban a conquistar un buen puesto en la inmensa Basílica. Subida la escalinata y puesto el pie en el pórtico, alzaban los peregrinos los ojos al estandarte que presentaba, sobre la puerta principal, a don Bosco llevado en triunfo por un grupo de sus alegres alumnos, tal como lo describen las Memorias Biográficas. El padre de la juventud aparecía sentado en un sillón y al fondo se divisaba la campiña piamontesa. Los que sabían latín, leían en el estandarte un dístico latino cuyo sentido era: Sostienen sobre sus hombros con clamorosas aclamaciones al sacerdote Juan Bosco, los muchachos alegres y animados por un solo amor 1. La inmensidad de la Basílica se cubría por minutos; dos horas antes de la ceremonia ya estaban atestados los espacios reservados. Personalidades diplomáticas y civiles e ilustres representaciones llenaban las grandes tribunas a los lados del ábside. En otras tribunas se veía al soberano de la Orden de Malta, a los parientes del Beato, a los superiores de los Salesianos y a las Superioras de las Hijas de María Auxiliadora. Debajo, y por ambas partes, se encuadraban en distintos recintos colegios masculinos y femeninos, peregrinaciones colectivas y personas con invitaciones especiales. En asientos adecuados esperaban numerosísimos Arzobispos y Obispos, entre los cuales había doce Prelados Salesianos. A la derecha y a la izquierda del gran arco bajo la cúpula, entre la Confesión y el ábside, pendían de dos miradores dos amplios estandartes, ((**It19.137**)) en los cuales se veían reproducidas las escenas de los dos milagros aprobados para la beatificación 2. Al fondo del majestuoso ábside, sobre el altar de la Cátedra y en el centro de la admirable aureola de los ángeles, llamada Gloria de Bernini, una cortina escondía a las miradas ansiosas del público algo que evidentemente debería aparecer en el momento oportuno. A medida que se acercaba la hora de la función era más intensa la espera general y un mal contenido estremecimiento de impaciencia agitaba a la multitud. En lo alto de la tribuna, donde se veía al estado mayor de los Salesianos, habían un venerando anciano, único superviviente de los más antiguos tiempos del Oratorio, don Juan Bautista 1 Sustollunt humeris festo clamore Ioannem Ludentes iuvenes, quos alit unus amor. 2 Cada uno de los cuadros llevaba su propia leyenda. En uno: La señora Teresa Callegari, que padecía poliartritis aguda infecciosa, a lo que se juntaron otras graves enfermedades, invocó confiadamente el favor del siervo de Dios Juan Bosco, fundador de la Pía Sociedad Salesiana, e inmediata y plenamente sanó. En el otro: Sor Provina Negro, después de invocar el patrocinio del Venerable siervo de Dios Juan Bosco, fundador de la Pía Sociedad Salesiana, sanó inmediata y perfectamente de úlcera circular de estómago. (**Es19.120**))
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