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((**Es19.118**) el cardenal Gamba. Pasó dando a besar la mano, como una visión, entre aclamaciones, aplausos y cánticos. Al llegar al aula de la Bendición, en la cual se reunieron todos los peregrinos, sentóse en el trono y escuchó el breve y devoto discurso de felicitación por el jubileo y de homenaje filial, que le dirigió el Cardenal Arzobispo. Su Eminencia expresó con el corazón en la mano los sentimientos comunes de afecto y admiración al Padre Santo, diciendo cómo los peregrinos llegados de Turín ((**It19.134**)) y del Piamonte, no solamente pretendían honrar al Venerable don Bosco elevado al honor de los altares, sino también demostrar su profunda devoción al Papa y presentarle sus felicitaciones en el quinquagésimo año de sacerdocio, después de haber rogado por El en la visita jubilar a la basílica vaticana. El Padre Santo respondió: Damos nuestra cordial y paternal bienvenida a los amados hijos, a los queridos sacerdotes de Dios, a nuestros Venerables Hermanos en el episcopado, al Eminentísimo Cardenal, a todos vosotros que venís del querido Piamonte, fuerte y fiel; fiel en la Santa Religión de los padres, fiel en la vida fuertemente cristiana; a vosotros que venís tan llenos de piadosos sentimientos. El Eminentísimo Cardenal, como intérprete vuestro ha revestido la presentación de pastoral afecto; pero Nos hemos visto con nuestros ojos vuestros sentimientos al observaros, y aunque rápidamente, nos ha acercado a cada uno de vosotros para conoceros personalmente. Hemos oído en vuestras aclamaciones y aplausos estos sentimientos y, por consiguiente, una vez más os damos todavía la paternal bienvenida. Esta peregrinación nos resulta doblemente piadosa. Piadosa, ante todo, por vuestra piedad verdadera y religiosa, inspirada en la fe de vuestro y nuestro don Bosco, que el Señor nos concedió la gracia de conocer y pasar algún día a su lado, y ahora nos concede la de elevarlo al honor de los altares: y los peregrinos piamonteses han venido a traer a este nuevo altar las primicias del mundo entero, porque doquiera es conocido don Bosco, también es conocida su obra. Y os ha conducido otra piedad, que es la piedad de vuestras almas, piedad la más importante, porque ante todo importa salvar las almas y, antes que ninguna, la propia; salvando el alma propia se podrá salvar la de los demás, ya que nadie puede dar lo que no tiene. Los queridos peregrinos han llegado también para enriquecerse con los tesoros del Jubileo, y han venido a buscarlos en la fuente, en el centro de la antigua madre; y Nos sabemos muy bien cómo lo hacen y con qué edificación. Os agradecemos por tanto y con vosotros damos las gracias a los sacerdotes organizadores, los cuales, después de haberos preparado, os acompañan con vuestro Cardenal Arzobispo a la cabeza, dando un verdadero ejemplo de edificación y de religiosidad. Sabemos, además, que en vuestros ejercicios jubilares no habéis dejado de rezar por Nos, por lo que Nos también correspondemos a estas plegarias. Habéis querido unir otra piedad: una piedad totalmente filial al Padre común, que precisamente en estos días cumple un año más y celebra sus bodas de oro sacerdotales. Habéis ((**It19.135**)) querido participar también en este Jubileo, y os manifestamos nuestro agradecimiento. (**Es19.118**))
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