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Durante tres días se volcaron sobre Roma
millares de peregrinos. Las dos familias mundiales
del nuevo Beato enviaban representaciones de todas
las naciones, la una con sus obispos, sus
sacerdotes y sus alumnos, y la otra con sus monjas
y sus alumnas. Los Directores diocesanos de los
Cooperadores también habían organizado
peregrinaciones con los miembros de la Pía Unión.
El colegio del Sagrado Corazón se había convertido
en un puerto de mar. A él iban, como a lugar de
encuentro y punto de orientación, los recién
llegados. El Inspector don Juan Simonetti y el
Director don Luis Colombo, previendo el
extraordinario concurso, habían sabido preparar a
tiempo todo lo que parecía podían exigir las
circunstancias. En consecuencia, habían organizado
una Comisión de exalumnos, la cual se dedicó con
verdadera diligencia a asegurar los convenientes
alojamientos, atender la correspondencia, resolver
las gestiones de todo género; por ello se mantenía
en sesión permanente para satisfacer todas las
peticiones. En el Colegio ((**It19.133**)) se
recibía solemnemente a los grupos diocesanos de
Italia y de los nacionales del extranjero.
Resultaban singularmente simpáticas las
recepciones de los colegios y oratorios
salesianos. Llegaron éstas hasta treinta y dos,
cinco de las cuales con su propia banda de música.
Ellas ocasionaban fraternales manifestaciones de
alegría con los alumnos del Colegio,
manifestaciones que fueron más vivas cuando
llegaron los doscientos cincuenta muchachos del
Oratorio de Turín, representantes de la Casa que
fue cuna y centro de la Obra de don Bosco.
Muchísimas familias romanas se tuvieron por muy
honradas ofreciendo cortés hospedaje a Prelados y
otras personas de respeto ante la más simple
invitación. Por el patio y los pórticos del
Colegio se mezclaban fraternalmente con los
italianos los peregrinos franceses, ingleses,
polacos, españoles, americanos, bajo el gran
nombre de don Bosco.
La víspera de la beatificación dignóse el Padre
Santo honrar a la peregrinación piamontesa
recibiéndola en audiencia especial. Casi fueron
las primeras vísperas de la fiesta. Eran más de
tres mil los paisanos de don Bosco que, aquella
tarde del primero de junio, subieron la escalinata
del Vaticano y se colocaron a lo largo de la
primera galería, en las salas Ducal y Borgia y el
aula de la Bendición. Estaban allí el Obispo
Auxiliar de Turín, monseñor Pinardi, y los
Ordinarios Spandre de Asti, Filippello de Ivrea,
Rossi de Susa, Travaini de Cúneo y Fossano.
Seguíanles trescientos sacerdotes y distinguidos
señores de la aristocracia piamontesa; después
todo el grupo de peregrinos.
Descendió el Padre Santo de sus apartamentos,
acompañado por
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