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para la región piamontesa, Humberto Renda, en una
circular del trece de marzo a los ayuntamientos, a
los Directores de centros de Enseñanza Media de
todo orden y grado, a los Reales Inspectores
escolásticos y a los Directores didácticos había
comunicado oficialmente la próxima elevación al
honor de los altares del Venerable don Bosco y,
haciendo notar sus méritos en el campo educativo
de la juventud, disponía que, antes de las
vacaciones de Pascua, se recordase expresamente en
todas las escuelas al amigo y maestro de los
muchachos. En las escuelas elementales debía
hacerse una conmemoración por el maestro de la
clase, en los centros de enseñanza media por el
profesor de literatura de cada curso, en las
escuelas de magisterio por el profesor de
filosofía. El Delegado provincial hizo todavía
más. Para animar a los docentes que dependían de
él a ir a Roma, los autorizó para aprovechar el
permiso de una semana durante las fiestas romanas.
Como ya se acercara la fecha de la
beatificación, el cardenal Gamba, arzobispo de
Turín, dirigió al clero de la archidiócesis una
carta, en la que escribía: <>.
Ordenaba, pues, que el domingo, dos de junio,
tocasen a fiesta las campanas en todas las
parroquias ((**It19.132**)) hacia
el mediodía para comunicar a los fieles la llegada
de la beatificación y que, por la tarde, previo
aviso al pueblo, se cantase el Te Deum; además,
que, al siguiente domingo a la misma hora, se
repitiese el toque festivo de campanas para
celebrar el solemne traslado del cuerpo.
El cardenal Gamba, que fue alumno del Oratorio
de Valdocco, conservaba sumo afecto a la memoria
de don Bosco, de quien hablaba siempre con sincero
y fervoroso entusiasmo. >>Acaso no quiso unirse a
los portantes del féretro, desde el nicho hasta la
terraza superior, aplicando sus manos para
sostener el ataúd? El Santo, a quien no habían
escapado las bellas dotes del jovencito, habría
deseado hacerlo uno de los suyos; pero, vista la
necesidad de no dejar sola en el mundo a su madre
viuda, no puso obstáculos al plan de ingresar en
el seminario arzobispal, limitándose únicamente a
decirle que, cuando ya no tuviese que pensar en la
mamá, volviese al Oratorio, donde le recibiría con
mucho gusto. Pero sucedió que, cuando la madre
voló al paraíso, el hijo ya era Obispo de Biella.
Naturalmente también él partió para Roma.
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