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Los médicos, secundando tal deseo, llamaron, con
el consentimiento del Promotor de la Fe, al doctor
Jorge Canuto, profesor de la Universidad de Turín,
el cual, después de prestar el juramento normal,
se dispuso a la operación. Ayudado por ellos,
envolvió los restos en un vendaje, impregnado
hasta la saturación, en una preparación gelatinosa
aromática, proceso de conservación que requirió
tiempo. Lo ejecutaron de manera que el tronco, la
pelvis y las costillas se mantuvieran en un solo
cuerpo; las otras partes separadas fueron
protegidas con una solución y barniz alcohólico de
laca o goma de benjuí. Es éste un preparado que
sirve para asegurar perennemente la conservación.
Se sacaron algunas partes para hacer reliquias,
y llevar unas a Roma, según costumbre, y entregar
las otras ((**It19.125**)) a los
Superiores Salesianos. Las primeras estaban
destinadas a preciosos relicarios, que se debían
ofrecer al Padre Santo después de la
beatificación, a los Cardenales y a las Sagradas
Congregaciones; las otras, confiadas a don Felipe
Rinaldi, y encerradas también en relicarios,
serían después distribuidas a los Salesianos, a
las Hijas de María Auxiliadora, a los Arzobispos y
Obispos, a las iglesias públicas y privadas y a
los bienhechores insignes de las obras de don
Bosco. Entre las reliquias entregadas por Mons.
Salotti a don Felipe Rinaldi se destacaban la
lengua y el pulmón derecho, el único no consunto.
El mismo Rector Mayor recibió, además, ciento
veintiocho gramos de sustancia cerebral reseca,
que los médicos habían extraído de la cabeza por
el gran hueco del occipucio. Después de la
beatificación, don Felipe Rinaldi repartió en
porcioncitas aquella materia, en otros tantos
frasquitos de cristal, que fueron colocados en
ricos relicarios y distribuidos a los Inspectores
Salesianos e Inspectoras de las Hijas de María
Auxiliadora.
Los repetidos avisos de los periódicos sobre la
suspensión de visitas a los restos obtuvieron un
efecto contrario al que se quería. Ya fuera porque
no se prestase fe a ellos, ya fuera porque se
esperase vencer la consigna, el hecho es que la
gente llegaba, de la mañana a la noche, y cada vez
en mayor número. Había que dar una satisfacción a
aquellas esforzadas personas, que no sabían
resignarse a volver a casa desilusionadas: en
consecuencia, se recurrió al expediente de hacer
tocar en la cabeza de don Bosco los objetos
religiosos y también ropas de los enfermos, que
esperaban, con fe en el nuevo Beato, la curación
de sus males.
Acabados los trabajos descritos, los médicos
prepararon el esqueleto para vestirlo. Las ropas
debían tocar directamente el esqueleto, por lo que
éste fue colocado o fijado con aparatos especiales
ortopédicos
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