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querido celebrar en la ciudad de don Bosco nuestro
jubileo sacerdotal;
diga a la familia salesiana que Nos participamos
de su gozo, que su alegría es nuestra alegría>>.
Y, después de esta doble comunicación, dijo que
estaba conmovido al acercarse la apertura del
ataúd que encerraba los restos mortales de aquel
que había dejado tan grandes huellas de su persona
en la sociedad moderna, fascinando a su generación
y a las que vendrían tras él y perpetuando su
nombre por los siglos. <((**It19.120**)) como
el Marqués de Cavour, padre del sostenedor de la
unidad italiana, no escondieron sus vivas
preocupaciones: los golfillos reunidos y tan
cuidados por don Bosco, fueron definidos como
gente del hampa, destinados a crear, en un mañana
temido y próximo, un movimiento, que sería
perturbador y crearía dificultades. En cambio don
Bosco haría con aquellos golfillos, como lo hizo,
muchos buenos italianos y buenos obreros y crearía
en medio de ellos nuevos surcos en la vida de
vuestro Piamonte, de toda Italia, formando hombres
que después alcanzaron las más altas jerarquías de
la Iglesia, del ejército, de la diplomacia, de la
política, de la magistratura. También vos,
Eminencia, hubierais sido su presa, de no haber
tenido que pensar en aquel ángel de bondad que
estaba a vuestro lado: ívuestra madre!>>.
Siguió afirmando el orador que la ceremonia del
reconocimiento de los restos era un rito que se
cumplía con fe. <>.
Finalmente, como Promotor General de la Fe,
intimó a todos los presentes, que no podían tocar,
arrancar o juntar nada, bajo pena de excomunión.
Cuando acabó de hablar, elaboratis verbis et
magna cum cordis emotione (con palabras
espontáneas y toda la emoción del corazón), como
rezan las actas, ordenó al Canónigo Canciller que
leyera las actas del reconocimiento y sepultura
realizados respectivamente los días 13 y 15 de
octubre de 1911. A continuación, desatornillada la
primera caja y levantada la cubierta, apareció la
segunda cobertura y envoltura de cintas anudadas y
provistas de sellos. Su Eminencia comprobó que
eran los sellos del cardenal Richelmy, su
predecesor,
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