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infinidad de martirios incruentos a través de
diversas condiciones y de los diversos grados de
la escala social. Y también aquí hay una bonita
palabra de un antiguo Santo y doctor, el cual dice
que las celebrationes martyrum sunt exhortationes
martyriorum, las celebraciones de los mártires son
exhortaciones a los martirios.
En efecto, hay almas, hay vidas cristianas que,
inflamadas en los ejemplos del martirio, se
consagran voluntariamente al precioso martirio
incruento, necesario para guardar inviolada la
castidad. Está el martirio incruento de muchas
almas que voluntariamente, aun cuando se les
ofrece todo y tienen todo en sus manos, lo
abandonan y renuncian a ello para abrazar las
privaciones de la pobreza. Está el martirio
incruento de tantas voluntades que, con pleno
conocimiento de los propios derechos y de la
propia dignidad, renuncian a la propia libertad
para sujetarse totalmente, inviolablemente a la
obediencia, también cuando ésta anda envuelta
entre las nubes de consejos no bien conocidos y
que no se pueden comprender bien.
Hay, en fin, muchos, muchísimos otros martirios
incruentos, en la sencillez de las casas más
humildes y familias cristianas. íCuántos
verdaderos mártires encarados para guardar la
pureza y la dignidad de las familias! íCuántas
luchas, verdaderamente sangrientas en muchas
ocasiones, de esa sangre moral, que son las
privaciones y las lágrimas, para no adquirir
ventajas demasiado caras a costa de la honradez!
íCuántos mártires incruentos para mantenerse
((**It19.114**)) puros,
inmaculados, dignos del nombre de hombres y de
cristianos en medio de tan profunda depravación,
para conservarse justos en medio de una carrera
tan grande y desenfrenada por el dinero, para
conservarse humildes, con verdadera y cristiana
humildad de espíritu y de corazón en medio de
tanta soberbia de vida y tan desenfrenada carrera
tras el poder y la pujanza! Y la Iglesia espera el
heroísmo del martirio de todos sus hijos, porque
>>quién puede sustraerse a tales martirios
incruentos? Porque allí donde hay deberes que
cumplir, donde surgen dificultades y obstáculos
para el cumplimiento del deber, allí es donde se
debe afrontar generosamente el martirio incruento
de las almas de un modo digno de la gloria de Dios
y de su Iglesia.
Y queremos acabar recordando las finísimas y
elegantísimas combinaciones y disposiciones de la
divina Providencia. Este humilde mártir, ya tan
glorioso, que después de tantas dificultades y
contrariedades de los hombres, de los tiempos, de
las cosas, viene, por así decir, a la escena de la
historia hoy precisamente, viene de la desunión de
antaño, a la unión querida, buscada, realizada en
la unidad de la Iglesia católica y confirmada con
la sangre, viene a decirnos todas estas cosas
precisamente en un momento en el que, en toda la
Iglesia católica se estudia tanto y con celo
superior a todo elogio, por lograr la unidad.
Y también este nuestro antiguo conocimiento con
don Bosco y (podemos muy bien decirlo) antigua
amistad, aunque Nos estuviéramos en los principios
de nuestro sacerdocio y él se encontrase ya
próximo a su luminoso ocaso, esta nuestra amistad
sacerdotal que nos lo hace revivir en nuestro
corazón con toda la alegría, la satisfacción, la
edificación de su recuerdo, se reaviva
singularmente en estos días y en estas horas,
mientras la figura del gran Siervo de Dios se
perfila en el horizonte no sólo de todo su país,
sino de todo el mundo, precisamente mientras se
han registrado sucesos tan particulares y de tan
solemne importancia en la historia de la Santa
Sede, de la Iglesia, del País.
Porque es bueno recordar, lo que ya hemos
recordado con algún conocimiento de causa, que don
Bosco fue uno de los primeros y más autorizados y
considerados en deplorar lo que sucedía otrora, en
deplorar tanta violación de los derechos de la
Iglesia y de la Santa Sede, en deplorar que los
que regían entonces la suerte del País
(**Es19.102**))
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