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días antes había estado con don Bosco un sacerdote
para decirle de manera muy confidencial que,
durante la noche siguiente, quizás moriría el
párroco de Santa María del Pino; que ya había
recibido el viático y se encontraba in extremis.
Que su parroquia era la más rica de todas y la
mejor, bajo todos los aspectos. Venía a pedirle la
bendición para que recayera sobre él el
nombramiento en las oposiciones. Don Bosco le
respondió:
-Y sin embargo, este párroco ((**It18.97**)) me ha
enviado varias personas para decirme que, si yo le
hiciera una visita, curaría. He oído decir que es
un excelente sacerdote, uno de los que al presente
necesita grandemente la Iglesia. Yo he rezado por
él y, hace un momento, le he enviado una medalla
de María Auxiliadora. De modo que lo que usted
puede hacer es unir sus oraciones a las mías, para
que Dios haga de usted y del párroco lo que sea
mejor para su gloria.
Para el concurso a la parroquia se habían
inscrito muchos sacerdotes y párrocos: pero todos
quedaron desilusionados, porque el día veintiocho
de abril se supo que, apenas tocó la medalla las
úlceras del enfermo, a pesar de que estaba
desahuciado por los médicos y tenía los minutos
contados, había salido de peligro y mejoraba
sensiblemente.
Por las indagaciones hechas en el archivo
parroquial de la iglesia del Pino, resulta que
aquel párroco se llamaba Francisco de Paula Esteve
Nadal. Además, en los periódicos de abril del 1886
se lee que al párroco del Pino, don Francisco
Esteve, se le había llevado el viático; y en el
registro de defunciones de la misma parroquia
aparece su nombre el día 11 de abril del 1889.
Vivió por tanto, todavía tres años más, después de
la milagrosa curación.
Aquella tarde ocurrió un sorprendente golpe de
escena. Hallábanse en la habitación de don Bosco
cuarenta personas, que habían recibido su
bendición y desfilaban para ir recibiendo la
medalla de su mano, cuando todos dieron un grito.
Una mujer entraba dando risotadas, como si
estuviera loca, y decía:
-Que digan éstas lo que me ha ocurrido, porque
la emoción no me deja hablar.
Las dos señoras a las que señalaba, la habían
llevado desde Barcelona a Sarriá para que don
Bosco la bendijera. Se había caído por la escalera
de su casa y se había roto un pie y los médicos
habían perdido la esperanza de poderla sanar. Y
ahora, por el contrario, después de bendecirla el
Santo, mientras subía él a su habitación, ella se
había puesto en pie pocos minutos después,
derecha, sin que nadie le ayudase. Pasado el
primer estupor, loca de alegría entraba
gesticulando y gritando de aquella manera, entre
las voces de sorpresa y admiración,(**Es18.92**))
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