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((**Es18.86**) espumarajos por la boca y retorciéndose como una serpiente. El le decía que invocara a María y ella, en cambio, gritaba: -íNo, no! Y después proseguía el espíritu maligno por su boca: -íNo, no quiero salir, no me quiero ir! Y como la pobre joven se llamaba María, don Bosco la repetía: -María, toma esta medalla. Pero ella no daba señales de entender. Por fin, don Bosco la bendijo. Entonces se levantó la joven, tomó la medalla, la besó, entró en la iglesia y oyó misa. Parecía que estaba curada: en efecto, desayunó tranquilamente en presencia de muchas personas que le acompañaban y decían que no la habían visto tan tranquila hacía mucho tiempo y estaban admirados. Por entonces se volvió a casa consolada. A la puerta le esperaban dos coches dispuestos para llevar al Santo a casa de la Marquesa, que le honró como si fuera un Cardenal. Cedemos la pluma a Viglietti, que escribe: ((**It18.90**)) <>. Durante el oficio divino hubo cantos, acompañados por el armonio y el piano; toda la música fue italiana. Asistieron cerca de doscientos invitados entre parientes y amigos de la Marquesa. Don Bosco estuvo hasta las once en esta casa y fue presentado a cada uno de los reunidos, en particular o en pequeños grupos. Desde allí, fue a visitar al Obispo, que le recibió con gran afecto. Don Bosco proyectaba fundar en Barcelona lo mismo que en Marsella un noviciado o, mejor, un colegio misionero nacional y habló de ello a Monseñor, el cual prometió protección y ayuda, mostrándose de acuerdo con él en que se diera principio en Sarriá con un bachillerato que sirviera para cultivar las vocaciones eclesiásticas. Parecía que no quisiera dejarle retirarse. Lo acompañó, cosa nunca vista, hasta la escalinata del palacio. Don Bosco fue a comer en casa de la marquesa de Moragas, suegra del señor Jover. Al salir de allí se detuvo en el convento de las, así llamadas, Monjas de Loreto, para visitar, como lo había prometido, a la superiora que estaba enferma de muerte. Dirigióle unas palabras de consuelo y la(**Es18.86**))
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