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pertenecían a la alta sociedad. Su Presidente
había estado en la estación en el momento de la
llegada de don Bosco; después, el día diez por la
tarde, había ido a verle con un grupo de los
socios más eminentes, que sostuvieron con el Santo
una audiencia larga y cordial, y finalmente se
acordó celebrar una reunión solemne en su honor.
Se envió una tarjeta personal de invitación a cada
uno de los socios para la reunión del día quince
2. El día catorce por la mañana, asistieron en
corporación a la misa de don Bosco, a la que
ayudaron el presidente y el secretario; y
volvieron por la tarde al salón de teatro para una
reunión ((**It18.84**)) privada
o conferencia religiosa, con la asistencia de don
Bosco. Pero la asamblea general del día quince fue
muy distinta.
El Presidente fue a Sarriá con la junta
directiva, para recoger a don Bosco y acompañarlo
a la sede social. Todos vestían traje de etiqueta
y lucían al pecho las insignias de la Sociedad.
Tres coches esperaban a la puerta. Subieron al
primero don Bosco, don Miguel Rúa, el Vicario de
la Diócesis y el Provicario; al segundo, el
Presidente y el clérigo Viglietti; al tercero, los
demás. Las reuniones de la Sociedad se habían
tenido hasta entonces en un local viejo que ya
resultaba estrecho para el creciente número de
socios, y por eso, se inauguraba otro nuevo,
suntuoso, que quiso inaugurarse precisamente aquel
día con la visita de don Bosco. Apenas si cabían
los muchos que acudieron, algunos con sus esposas,
en tres grandes salas.
Al aparecer don Bosco, todos se pusieron en
pie, mientras la orquesta interpretaba una marcha
triunfal. Cuando subió al estrado preparado para
él, se escuchó el canto de la Salve Regina,
magistralmente interpretada por unos veinte
jovencitos, dirigidos por el autor de la misma el
maestro Frigola, cuyo nombre gozaba entonces de
prestigio, aun fuera de España. A continuación, el
Presidente, profesor universitario, pronunció un
discurso excelente y elevado. Después de un número
de música por la orquesta, leyó el secretario el
acta en la que se declaraba que la Asociación
reunida en consejo había deliberado condecorar a
don Bosco con las insignias sociales.
Adelantáronse entonces dos distinguidos caballeros
que le pusieron al cuello una gran medalla de oro
con las figuras de San Jorge y de San José. Cuando
brilló sobre su pecho la reluciente insignia, una
entusiasta ovación saludó al nuevo socio. También
allí contrastaba más que nunca la pompa del
ambiente y la humildad de don Bosco en su porte.
Sintió éste la obligación de decir unas
palabras. Habló con voz
2 Ap., Doc. núm. 12.(**Es18.81**))
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