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((**Es18.77**)de don Joaquín Jovert, marqués de Gelida, su señor, en la que muy humildemente se encomendaba a sus oraciones 1. El Santo le respondió, de su puño y letra, asegurándole que rezaría y sugiriéndole que eligiese un día para recibir la comunión y se lo indicase, porque, de ese modo, él aplicaría la misa de ese día por su intención. Cuando los de la familia conocieron la carta del Marqués, recibieron una viva impresión por los sentimientos religiosos que manifestaba en ella, ya que hacía mucho tiempo que no se confesaba. Pero había algo más. Aquel señor, totalmente dedicado al comercio marítimo, poseía una inmensa fortuna; pero le obsesionaba una manía, causa de su desdicha. Se la podía llamar <>, puesto que fácilmente se imaginaba que las cosas estaban contaminadas de estiércol. No comía con la familia. Habiendo sabido que la madre de su esposa había estado una vez en Sarriá, lugar que, según él, estaba lleno de inmundicias, no quería ni verla, y íay de ella si se atrevía a tocar a su hija! De tanto en tanto, reconocía abiertamente su extraña obsesión, al extremo de que había prometido un millón para la construcción de un hospital, si obtenía la gracia de verse libre de tan morbosa locura. El mal había empezado con motivo de una caída. Años atrás, yendo con su esposa a Lourdes, de repente se encabritó el caballo, se lanzó a toda carrera, y se precipitó por fin en un barranco. El animal es estrelló, pero el Marqués apenas si sintió una ligera contusión en el costado. Y, como la sima de la caída no medía menos de doscientos cincuenta metros de profundidad, la gente supersticiosa lo creyó endemoniado. En esta ocasión, sus familiares habían puesto toda su confianza en don Bosco; él, sin embargo, se negaba a recibirlo porque había leído en los periódicos que el Santo moraba en la abominable Sarriá. Su esposa, en cambio, en compañía de su administrador, ya había ((**It18.80**)) ido a escondidas a visitar a don Bosco y volvió a casa muy consolada, después de un largo coloquio tenido con él. Le parecía, pues, haber obtenido la mitad de la gracia por el hecho de que su marido hubiera escrito espontánea y piadosamente al Siervo de Dios. Un veterano coronel, en el ímpetu de su piedad, se empeñó en besar los pies a don Bosco. Después entró una familia compuesta de veintidós personas. Y, cuando todos ellos se arrodillaban para recibir su bendición, él, dirigiéndose a una señora que estaba en medio del grupo, le dijo: 1 Ap., Doc. núm. 9.(**Es18.77**))
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