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Don Miguel Rúa pasó los primeros meses del 1888
ordenando los asuntos materiales de la
Congregación y regulando los derechos de sucesión
con el gobierno, y dirigió después sus primeros
pensamientos a la compra de la propiedad Durazzo,
para liberar al Hospicio de Sampierdarena de una
molestia que quizás no hubiera tardado en llegar,
dado el continuo crecimiento de la edificación en
aquella ciudad.
Don Bosco, antes de morir, había interpuesto
otras personas influyentes ante la Marquesa para
inducirla a vender. Ella respondió, primero, que
quería vender aquel terreno como espacio para
edificar. Después, que la cantidad mínima que
exigía eran doscientos mil francos, a pagar con
acta notarial. Y se trataba de vender solamente
una parte de aquel terreno. Finalmente, respondió
a quien la importunaba que, si hubiese querido
vender no quería contratar más que con pacto de
venta de toda la posesión. Pero la conclusión de
la propuesta era siempre una negativa absoluta y
dijo a quien le pidió una vez la razón: -Porque
don Bosco promete pagar y después no paga.
Finalmente don Bosco había hecho proponer a la
Marquesa que fijase una cantidad, aun calculada a
precio de afecto, porque él la pagaría sin falta.
Don Bosco estaba dispuesto a pagar hasta
trescientas mil liras. Decía:
-Es un gasto necesario y la Providencia
proveerá.
La Marquesa no quiso saber nada de ello.
Después de la muerte de don Bosco los asuntos
de la Marquesa iban de mal en peor. La Veloce
había costado por diversas causas grandes gastos
al Marqués su hijo. En la ciudad se hablaba y
también se sabía de alguna posible quiebra.
Llamó don Miguel Rúa a don Juan Marenco en los
primeros meses de 1889 y fue éste a Turín, para
ver la manera de inducir a la Marquesa a aquella
cesión.
Examinada la situación de las cosas, se
concluyó que era inútil tratar la cuestión por
carta y que era mejor que don Juan Marenco se
presentase personalmente a la Marquesa. Y así se
hizo. Don Juan Marenco se hizo anunciar y fue
recibido inmediatamente. Esto causó sorpresa, pues
se decía que, aunque se hubiese presentado el
mismo don Bosco en persona, no habría sido
admitido.
La Marquesa quedó encantada de los modales del
director de Sampierdarena, a pesar de que
comprendiese enseguida cuál era su finalidad.
Expuso don Juan Marenco la situación de la propia
casa y dijo sin más que había ido a ella como a la
persona de la que dependía el porvenir del
Hospicio.
((**It18.876**)) -Mire,
replicó la Marquesa: aunque yo no quisiese vender
a don Bosco, sin embargo ya veía que, vendiendo a
otros, habría arruinado su Hospicio, y ya le he
dicho al marqués mi hijo: -Pobres Salesianos, si
vendiésemos a otros aquella posesión arruinaríamos
para siempre el hospicio de San Cayetano y les
obligaríamos a buscar un lugar en otra parte. No
quise venderlo a don Bosco, pero tampoco lo habría
vendido a otros.
Don Juan Marenco le dio las gracias vivamente e
insistió en su ruego.
-Pero vea, respondió la Marquesa: en el estado
en que nos encontramos y con las voces que corren
de que estamos en bancarrota, si vendiésemos esa
propiedad, se diría que la necesidad de dinero nos
obliga a privarnos de ese terreno...; que ya
habíamos empezado a vender. Esto alarmaría a
nuestros acreedores y el nombre de mi hijo
quedaría comprometido en la plaza.
-No es el caso, observó don Juan Marenco, de
que otros tomen como necesidad de vender, lo que
sería una obra de caridad con nosotros. Todos ven,
todos saben la necesidad que tenemos de aquel
terreno, y, por tanto, no sería una ganancia sino
un sacrificio por su parte. Convénzase, el Señor
se lo recompensará abundantemente.
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