((**Es18.736**)
Cuando don Bosco llegó a Turín, tomó una carta
que le había escrito el marqués de Pallavicini
prometiéndole acordarse de él en el testamento y
se la envió: la carta no fue devuelta ni obtuvo
respuesta.
((**It18.873**)) Desde
aquel momento pareció que verdaderamente la
desgracia se hubiera apoderado de aquella casa.
Tras una serie de cosas desagradables y dolorosas,
el marido se quedó ciego, vino después la división
(divorcio) entre el hijo y la marquesa su mujer.
El marqués Durazzo, su hijo, implicado en varias
operaciones comerciales, y especialmente en los
asuntos de la Veloce, había sufrido grandes
pérdidas. La marquesa se vio obligada a firmar una
letra tras otra. Se trataba de cantidades enormes,
de millones y millones, al extremo de que el
notario, hombre muy experto en su profesión, le
dijo un día que le presentaba para la firma una
letra, de un millón, según creo:
-Perdone, señora Marquesa, >>pero usted sabe lo
que firma?
-Sí, lo sé, respondió.
-Si es así, basta, concluyó el notario.
Mientras tanto, se había visto en Sampierdarena
la necesidad de comprar una propiedad del Marqués,
lindante con el Hospicio, ya que, si otro se
apoderaba de ella habría podido levantar edificios
que dominarían nuestros patios y nuestra casa, con
lo que nos imposibilitarían nuestra permanencia
allí.
Por esto era necesario inducir a la marquesa a
vender. Encargóse de ello al señor De Amicis.
Presentóse este señor un día a la Marquesa y,
llegado el momento oportuno, díjole que don
Domingo Belmonte, director de Sampierdarena, se le
había presentado, rogándole que se ocupara él de
ello.
-Yo, respondió la marquesa, no quiero tener
ningún trato con don Bosco.
->>Y por qué?
-Porque don Bosco es una de esas personas
que...
Y empleó una de esas expresiones que indicaban
no sólo frialdad, sino cierto menosprecio.
-Pero, si me permite preguntarle, dígame: >>en
qué se basa para pensar tan siniestramente sobre
don Bosco?
Y la Marquesa le contó la conversación tenida
con don Bosco. De Amicis escuchaba pensando, sin
darlo a entender, en aquella profecía de don Bosco
que era para la Marquesa una razón de desprecio.
-Señora Marquesa, soy de opinión contraria a la
suya, dijo De Amicis. Conozco a don Bosco, veo sus
obras y no puedo admitir que don Bosco sea como
usted me dice.
-Pues bien; quédese usted con su opinión, que
yo tengo la mía.
-Sí; pero vea que son muchísimos, por no decir
todos los que conozco, los que piensan de don
Bosco lo mismo que yo; mientras que usted no
cuenta con ninguno o muy pocos que sean de su
opinión.
-Basta, no me hable más; no haré nada por don
Bosco, interrumpió la marquesa.
Y el señor De Amicis refirió a don Domingo
Belmonte el fracaso de su embajada.
Mientras tanto, sucedía la división del
matrimonio. La Marquesa lo mandó llamar a su
habitación, donde tenía la alcoba, que era
magnífica. Todos los muebles estaban dorados, de
modo que aquello parecía un templo, ((**It18.874**)) con
candelabros, sedas, damascos, alfombras y objetos
preciosos en abundancia. Estaba ella acodada sobre
la escribanía y lloraba a mares.
(**Es18.736**))
<Anterior: 18. 735><Siguiente: 18. 737>