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apreciaba como de utilidad pública la construcción
de aquella iglesia y que, por tanto, se podía
proceder a la expropiación forzosa. Contemplé al
piadoso sacerdote contento y lleno de
agradecimiento a Dios, que finalmente le había
sacado de aquel lío. Tuve ganas de preguntarle
cómo habían pasado aquellas cartas invita universa
(sic.) (contra la voluntad de todos), al Consejo
de Estado; y él, alzando los ojos al cielo, dijo
que era obra de Dios que suele bromear en medio de
los hombres.
El apóstol amado, de quien era tan devoto el
gran hombre de Dios, escuche las plegarias que hoy
se hacen en su iglesia, monumento de arte y de
piedad, y si no estuviere todavía entre los
elegidos en el cielo, lo haga entrar cuanto antes
entre los bienaventurados.
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XVIII
Historia interesante
Todo lo que aquí se cuenta lo dejó escrito
Lemoyne en borrador, con intención de hacer con
ello un capítulo del volumen con que habría
cerrado las Memorias Biográficas, si el Señor le
hubiese dado tiempo para terminarlas.
Don Bosco tenía mucha relación con el marqués
Ignacio Pallavicini, el cual le había prometido
una cantidad para socorrer la casa de
Sampierdarena. Habiendo sabido algunas personas
influyentes las intenciones del Marqués, empezaron
a desaconsejárselo, diciéndole que no era
conveniente ayudar a un extranjero, a un
piamontés, con preferencia a un genovés; que era
preferible ayudar a una de las muchas obras ya
existentes en Génova. Y así fue. El Marqués
continuó su benévolo trato con don Bosco, pero no
le dejó nada, después de muerto.
Cuando don Bosco fue a Génova, se presentó a la
Marquesa, su hija, que se había casado con el
marqués Durazzo, y le había hecho heredero
universal de los bienes del padre, y le dijo:
-Vengo a usted, señora Marquesa, para
recordarle la intención de su padre de beneficiar
a la casa de Sampierdarena. No tengo ningún
derecho, ni pretendo tenerlo. Pero me parece que
usted podría de algún modo, como mejor le parezca,
ayudar a aquellos pobres muchachos.
-Yo, respondió la señora con un tono un poco
seco, sé que mi padre lo había pensado así, pero
también sé que, después, modificó su primera
voluntad. Creo que se trataba de unas cuarenta mil
liras.
-No pretendo nada, observó don Bosco; pero sé
cierto que su padre, el Marqués, quería hacer algo
en nuestro favor; no pido cuarenta o cincuenta mil
liras, sino un pequeño socorro, dos o cuatro mil
liras, para honrar la memoria del Marqués y porque
la casa de Sampierdarena pasa muchos apuros
económicos.
-Yo, al menos por ahora, no puedo hacer nada
por usted.
-Usted es la dueña; pero le diré que, obrando
así, ciertamente no se atrae las bendiciones de
Dios y se acordará de ello.
Ante aquella misteriosa amenaza, la Marquesa,
herida en lo más vivo, soltó alguna palabra
mordaz, la cual, si no podía ofender el amor
propio de un santo, hería, sin embargo, el corazón
de quien pedía caridad para los pobres.
Salió don Bosco de aquella casa y la Marquesa
ordenó que, si se presentara de nuevo, no se le
dejase pasar.
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