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((**Es18.735**) apreciaba como de utilidad pública la construcción de aquella iglesia y que, por tanto, se podía proceder a la expropiación forzosa. Contemplé al piadoso sacerdote contento y lleno de agradecimiento a Dios, que finalmente le había sacado de aquel lío. Tuve ganas de preguntarle cómo habían pasado aquellas cartas invita universa (sic.) (contra la voluntad de todos), al Consejo de Estado; y él, alzando los ojos al cielo, dijo que era obra de Dios que suele bromear en medio de los hombres. El apóstol amado, de quien era tan devoto el gran hombre de Dios, escuche las plegarias que hoy se hacen en su iglesia, monumento de arte y de piedad, y si no estuviere todavía entre los elegidos en el cielo, lo haga entrar cuanto antes entre los bienaventurados. ((**It18.872**)) XVIII Historia interesante Todo lo que aquí se cuenta lo dejó escrito Lemoyne en borrador, con intención de hacer con ello un capítulo del volumen con que habría cerrado las Memorias Biográficas, si el Señor le hubiese dado tiempo para terminarlas. Don Bosco tenía mucha relación con el marqués Ignacio Pallavicini, el cual le había prometido una cantidad para socorrer la casa de Sampierdarena. Habiendo sabido algunas personas influyentes las intenciones del Marqués, empezaron a desaconsejárselo, diciéndole que no era conveniente ayudar a un extranjero, a un piamontés, con preferencia a un genovés; que era preferible ayudar a una de las muchas obras ya existentes en Génova. Y así fue. El Marqués continuó su benévolo trato con don Bosco, pero no le dejó nada, después de muerto. Cuando don Bosco fue a Génova, se presentó a la Marquesa, su hija, que se había casado con el marqués Durazzo, y le había hecho heredero universal de los bienes del padre, y le dijo: -Vengo a usted, señora Marquesa, para recordarle la intención de su padre de beneficiar a la casa de Sampierdarena. No tengo ningún derecho, ni pretendo tenerlo. Pero me parece que usted podría de algún modo, como mejor le parezca, ayudar a aquellos pobres muchachos. -Yo, respondió la señora con un tono un poco seco, sé que mi padre lo había pensado así, pero también sé que, después, modificó su primera voluntad. Creo que se trataba de unas cuarenta mil liras. -No pretendo nada, observó don Bosco; pero sé cierto que su padre, el Marqués, quería hacer algo en nuestro favor; no pido cuarenta o cincuenta mil liras, sino un pequeño socorro, dos o cuatro mil liras, para honrar la memoria del Marqués y porque la casa de Sampierdarena pasa muchos apuros económicos. -Yo, al menos por ahora, no puedo hacer nada por usted. -Usted es la dueña; pero le diré que, obrando así, ciertamente no se atrae las bendiciones de Dios y se acordará de ello. Ante aquella misteriosa amenaza, la Marquesa, herida en lo más vivo, soltó alguna palabra mordaz, la cual, si no podía ofender el amor propio de un santo, hería, sin embargo, el corazón de quien pedía caridad para los pobres. Salió don Bosco de aquella casa y la Marquesa ordenó que, si se presentara de nuevo, no se le dejase pasar. (**Es18.735**))
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