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((**Es18.734**) Hoy, nueve de febrero, se celebran, como saben nuestros lectores, en la iglesia de San Juan Evangelista, los funerales por nuestro venerando don Bosco y, a continuación se dará la conferencia a los Cooperadores y Cooperadoras Salesianos. Conviene que nuestros lectores sepan algo de los muchos sacrificios, disgustos y penas que sufrió el piadoso sacerdote con motivo de esta iglesia. En aquel mismo lugar existía primeramente su Oratorio de San Luis, donde recogía centenares y centenares de muchachos. Después, al crecer y embellecerse extraordinariamente Turín, tuvo la idea de hacer la iglesia de San Juan Evangelista, como monumento a Pío IX, que tenía este nombre de pila. Don Bosco tropezó con impedimentos por todas partes. Una faja de terreno pertenecía a un protestante, y no era posible adquirirla por más proposiciones que se le hicieran, vinieran de donde vinieran. Se acudió finalmente a la razón de utilidad pública, para obligar de este modo a aquel sectario a desistir de sus excesivas exigencias. Presidía el Ayuntamiento Luis Ferraris y el Gobierno Civil el conde Zoppi, que tenía ciertos asuntos con gente que después fue llevada al tribunal de lo criminal, y ni uno ni otro quisieron ver la utilidad pública, sino que, incluso con mala intención, favorecieron los intereses de los protestantes, asegurando con normal respuesta al Ministerio, que nadie quería aquella iglesia. En consecuencia, no se habló más de ((**It18.871**)) ello. Pero don Bosco era verdaderamente el tenax propositi vir (el varón incansable defensor de lo que se proponía), de quien hablaba Horacio, y, dispuesto a sostener las ruinas del mundo, no se arredraba ante ninguna dificultad, cuando la gloria de Dios o la caridad en favor del prójimo exigía su labor. Y aquí veía comprometido lo uno y lo otro. El Ayuntamiento y el Gobierno Civil le respondieron que su parecer era el de desistir, y el Ministerio de Obras Públicas le transmitía una respuesta idéntica. >>Qué hizo entonces don Bosco? Recurrió al Consejo de Estado... Pero éste no recibió nunca su instancia y no pudo tratar la cuestión, aunque se previera que la decisión no sería distinta. Don Bosco había ido a Roma, si no nos equivocamos, a principios de 1876, y entre otros asuntos, estudiaba la manera de penetrar en las cosas secretas, y llegar a conocer el porqué de tanta oposición, por qué tanta guerra. Sabía que las cartas enviadas para transmitirlas al Consejo de Estado se decía que se habían perdido y que alguno tenía interés por dejarlas en el olvido. Se buscaba la manera de cansar a don Bosco, aburrirlo y quitarle de la cabeza la idea de edificar la iglesia de San Juan Evangelista. Un buen día llegó a saber que sus cartas, a pesar de los buenos servicios del ministro (Spaventa) de Obras públicas de dejarlo todo en el olvido, habían llegado al Consejo de Estado y que aquella mañana debía tratarse el asunto. Armóse de valor, y, con prudencia, procuró enterarse de quiénes eran los que habían de opinar. En cuanto supo el nombre de algunos fue a buscarlos a su casa, para recomendarles la cuestión. Entre otros encontró don Bosco a un buen romano, al que deseaba conocer hacía tiempo. >>Quién podrá explicar los agasajos que le hizo cuando se lo vio delante v que con aquella elocuencia sencilla persuasiva, le pedía su apoyo para algo tan bello y sagrado? Le favoreció el éxito y, dos tardes después, era el mismo Consejero de Estado quien se lo comunicaba. El que esto escribe se encontraba en la habitación de don Bosco cuando recibía, casi en el mismo correo, una carta de Roma y otra del Gobierno Civil de Turín. La de Roma procedía del Secretario de Estado y le anunciaba que el Santo Pío IX enviaba un donativo de dos mil liras para la iglesia de San Juan, y la de Turín, escrita por Zoppi y pasada por el Ayuntamiento, o viceversa, le comunicaba que el Gobierno (**Es18.734**))
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