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((**Es18.716**) -Padre Santo, respondí, el noviciado, entre nosotros, suele durar un año para los aspirantes a la carrera sacerdotal y dos para los coadjutores. Muy bien, añadió Su Santidad; pero recomendad a quien los dirige, que atienda diligentemente a la reforma de su vida. Cuando entran los novicios, llevan consigo escoria; y, por consiguiente, necesitan ser depurados de la misma y vueltos a empastar en el espíritu de abnegación, de obediencia, de humildad y sencillez y de las demás virtudes necesarias para la vida religiosa; y, por eso, el principal estudio durante el noviciado, y diría que el único debe ser atender a la propia perfección. Y cuando no llegan a corregirse, no tengáis miedo en alejarlos. Es mejor algún miembro menos que tener individuos sin el espíritu y las virtudes religiosas. -Santidad, le agradezco estos santos consejos y procuraremos atesorarlos, como procedentes de la Cabeza de la Iglesia, del Vicario de Jesucristo, a quien nuestro amado don Bosco nos inculcaba tanto que profesáramos ((**It18.849**)) la más ilimitada obediencia, respeto y amor. Más aún, recordamos muy bien que en esta última enfermedad, cuando ya no tenía más que un hilillo de voz, hablando de vez en cuando con los Superiores que estaban alrededor de su lecho, les decía: -A donde quiera que vayan los Salesianos procuren siempre sostener la autoridad del Sumo Pontífice, insinuar e inculcar respeto, obediencia y afecto a la Iglesia y a su Cabeza. Al oír estas palabras, pareció que el Padre Santo se conmovía y exclamó: -Ah, qué bien se ve que vuestro don Bosco era un santo, semejante en esto a S. Francisco de Asís, el cual, cuando llegó la hora de su muerte, recomendó encarecidamente a sus religiosos que fueran siempre hijos devotos y sostenedores de la Iglesia romana y de su Cabeza. Practicad estas recomendaciones de vuestro Fundador y el Señor no dejará de bendeciros. Pidió después noticias de las Casas de Italia, Francia, España, Inglaterra, Austria y América y se detuvo con particular complacencia hablando de las Misiones de Patagonia y Tierra del Fuego. Me preguntó también si conocía todas esas Casas, especialmente las de Italia: al oír mi respuesta afirmativa, pidió noticias de monseñor Cagliero. Respondí que monseñor Cagliero, por devoción al Santo Padre y participar en su Jubileo sacerdotal había venido a Italia, y que el Señor le había recompensado dándole el consuelo de poder asistir a nuestro amado Padre en su última enfermedad y en su muerte, recogiendo de sus labios las últimas recomendaciones y consejos y, más todavía, pudiéndole administrar los sacramentos. -Pero >>estabáis vos también? -Si, Padre Santo, también yo le he asistido; pero estando presente el obispo monseñor Cagliero, me pareció convenientemente cederle tal honor. -Bien, era lo conveniente. Al llegar a este punto, tomó la palabra para agradecer a S. S. la benevolencia tenida hasta el presente con nuestra Sociedad y también las palabras bondadosas dirigidas en su nombre por el Eminentísimo cardenal Rampolla, Secretario de Estado, con ocasión de la muerte de don Bosco, y rogarle que continuase dispensándonos su alta benevolencia. El Santo Padre respondió: -También yo he sentido vivamente la muerte de vuestro Padre, y, cuando el Cardenal Secretario de Estado me dio de vuestra parte la noticia, he querido indicarle precisamente las palabras que debería emplear en la respuesta. Ahora tendré para vos y para la Sociedad por él fundada todo el afecto y benevolencia que tenía a don Bosco. -Muchas gracias, Santidad: estas palabras son para mí del mayor aliento. Ruégole ahora respetuosamente se digne bendecirme a mí, a mis queridos hermanos, a (**Es18.716**))
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