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-Padre Santo, respondí, el noviciado, entre
nosotros, suele durar un año para los aspirantes a
la carrera sacerdotal y dos para los coadjutores.
Muy bien, añadió Su Santidad; pero recomendad a
quien los dirige, que atienda diligentemente a la
reforma de su vida. Cuando entran los novicios,
llevan consigo escoria; y, por consiguiente,
necesitan ser depurados de la misma y vueltos a
empastar en el espíritu de abnegación, de
obediencia, de humildad y sencillez y de las demás
virtudes necesarias para la vida religiosa; y, por
eso, el principal estudio durante el noviciado, y
diría que el único debe ser atender a la propia
perfección. Y cuando no llegan a corregirse, no
tengáis miedo en alejarlos. Es mejor algún miembro
menos que tener individuos sin el espíritu y las
virtudes religiosas.
-Santidad, le agradezco estos santos consejos y
procuraremos atesorarlos, como procedentes de la
Cabeza de la Iglesia, del Vicario de Jesucristo, a
quien nuestro amado don Bosco nos inculcaba tanto
que profesáramos ((**It18.849**)) la más
ilimitada obediencia, respeto y amor. Más aún,
recordamos muy bien que en esta última enfermedad,
cuando ya no tenía más que un hilillo de voz,
hablando de vez en cuando con los Superiores que
estaban alrededor de su lecho, les decía: -A donde
quiera que vayan los Salesianos procuren siempre
sostener la autoridad del Sumo Pontífice, insinuar
e inculcar respeto, obediencia y afecto a la
Iglesia y a su Cabeza.
Al oír estas palabras, pareció que el Padre
Santo se conmovía y exclamó:
-Ah, qué bien se ve que vuestro don Bosco era
un santo, semejante en esto a S. Francisco de
Asís, el cual, cuando llegó la hora de su muerte,
recomendó encarecidamente a sus religiosos que
fueran siempre hijos devotos y sostenedores de la
Iglesia romana y de su Cabeza. Practicad estas
recomendaciones de vuestro Fundador y el Señor no
dejará de bendeciros.
Pidió después noticias de las Casas de Italia,
Francia, España, Inglaterra, Austria y América y
se detuvo con particular complacencia hablando de
las Misiones de Patagonia y Tierra del Fuego. Me
preguntó también si conocía todas esas Casas,
especialmente las de Italia: al oír mi respuesta
afirmativa, pidió noticias de monseñor Cagliero.
Respondí que monseñor Cagliero, por devoción al
Santo Padre y participar en su Jubileo sacerdotal
había venido a Italia, y que el Señor le había
recompensado dándole el consuelo de poder asistir
a nuestro amado Padre en su última enfermedad y en
su muerte, recogiendo de sus labios las últimas
recomendaciones y consejos y, más todavía,
pudiéndole administrar los sacramentos.
-Pero >>estabáis vos también?
-Si, Padre Santo, también yo le he asistido;
pero estando presente el obispo monseñor Cagliero,
me pareció convenientemente cederle tal honor.
-Bien, era lo conveniente.
Al llegar a este punto, tomó la palabra para
agradecer a S. S. la benevolencia tenida hasta el
presente con nuestra Sociedad y también las
palabras bondadosas dirigidas en su nombre por el
Eminentísimo cardenal Rampolla, Secretario de
Estado, con ocasión de la muerte de don Bosco, y
rogarle que continuase dispensándonos su alta
benevolencia. El Santo Padre respondió:
-También yo he sentido vivamente la muerte de
vuestro Padre, y, cuando el Cardenal Secretario de
Estado me dio de vuestra parte la noticia, he
querido indicarle precisamente las palabras que
debería emplear en la respuesta. Ahora tendré para
vos y para la Sociedad por él fundada todo el
afecto y benevolencia que tenía a don Bosco.
-Muchas gracias, Santidad: estas palabras son
para mí del mayor aliento. Ruégole ahora
respetuosamente se digne bendecirme a mí, a mis
queridos hermanos, a
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