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gran Santo, Patrono de la Iglesia universal,
querrá también ser, junto con su Esposa Santísima,
Protector especial de nuestra humilde Sociedad y
asistirme benignamente en el desempeño de mi
cargo.
Tendría muchas cosas que deciros, mas por esta
vez creo será muy agradable y provechoso para
vosotros que os cuente la audiencia tenida con S.
S, León XIII el día veintiuno de febrero.
Hallaréis más abajo una relación detallada. Por
ella podréis advertir el alto concepto en que era
tenido nuestro Fundador por el Vicario de Nuestro
Señor Jesucristo.
La misma estima puedo decir que gozaba ante los
Eminentísimos Cardenales y otros distinguidos
personajes a quienes tuve el honor de visitar:
todos hablaban del llorado don Bosco haciendo de
él grandes encomios, y algunos me exhortaron a
iniciar cuanto antes la causa de su beatificación.
De modo particular el Cardenal Vicario, nuestro
benévolo Protector, el cual ya me había hecho
escribir sobre el particular antes de que yo fuese
a Roma. Allí me habló de ello en las dos
audiencias que me concedió, y, al despedirme de
él, éstas fueron sus últimas palabras: Le
recomiendo la causa de don Bosco: le recomiendo la
causa de don Bosco.
Las expresiones del Sumo Pontífice y esas
recomendaciones de su Eminentísimo Vicario
despertaron en mí dos pensamientos: uno el de
poner manos a la obra inmediatamente para recoger
las memorias de todo lo que se refiere a la vida
de nuestro querido Padre.
Exhorto, por tanto, encarecidamente a todos los
hermanos a escribir todo lo que sepan sobre hechos
de su vida, sobre sus virtudes teologales,
cardinales y morales, sobre sus dones
sobrenaturales, sus curaciones o profecías,
visiones y cosas parecidas. Estas declaraciones
habrá que enviarlas al Director Espiritual don
Juan Bonetti, encargado de recogerlas y formar con
ellas la base para el inicio de la causa. Para
norma de los relatores advierto además que, a su
tiempo, podrán ser llamados para prestar juramento
sobre todo lo que refieran, y por tanto recomiendo
la máxima fidelidad y exactitud.
((**It18.847**)) El
otro pensamiento, que permanece fijo en mi mente,
es que debemos considerarnos afortunados por ser
hijos de un Padre tan grande. Por tanto, nuestra
solicitud ha de ser la de sostener y al mismo
tiempo desarrollar cada vez más las obras por él
iniciadas, seguir fielmente los métodos que él
practicó y enseñó, y, en nuestro modo de hablar y
de obrar, procurar imitar el modelo que el Señor
en su bondad nos ha dado. Este será, carísimos
hijos, el programa que yo seguiré en mi cargo; que
sea ésta también la norma y el empeño de cada uno
de los Salesianos.
Y ahora me queda por deciros una palabra de
agradecimiento. Muchos de vosotros, unos
individual y otros colectivamente, me escribieron,
después de la dolorosa pérdida sufrida, cartas
llenas de sentimientos de respeto y afecto, con
las más bellas promesas de obediencia y
subordinación. Con la presente pretendo agradecer
cordialmente a los autores y a todos los que
tomaron parte en ellas o hubieran deseado tenerla.
Estos sentimientos de adhesión y de religiosa
sumisión aliviaron mucho mi dolor e infundieron en
mi corazón la confianza de encontrar menos
escabroso mi camino.
A pesar de esto, no puedo esconderos a vosotros
ni a mí mismo lo mucho que necesito vuestras
plegarias. Me encomiendo, por tanto, a vuestra
caridad, a fin de que todos me sostengáis con
vuestras valiosas oraciones. Por mi parte, os
aseguro que, llevándoos a todos en mi corazón como
os llevo, os encomendaré cada día al Señor en la
santa misa, para que os asista con su santa
gracia, os defienda de todo peligro, y sobre todo
nos conceda encontrarnos un día todos juntos, sin
excluir a ninguno,
(**Es18.714**))
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