((**Es18.692**)
h) Del padre Denza
Muy querido don M. Rúa:
Me he enterado aquí, en Roma, donde me
encuentro hace algún tiempo con motivo de la
exposición vaticana, de la tristísima noticia de
la pérdida del queridísimo don Bosco, a quien
veneraba y amaba como a un padre y con quien
contaba como uno de mis más afectuosos amigos.
Puede usted imaginar el dolor que experimento por
la pérdida grandísima de un hombre como él; por
otra parte, no puedo dejar de consolarme con el
pensamiento de que el sacerdote caritativo y
promotor de tantas y tan grandes obras buenas goza
ya el premio de tantas fatigas y tantas penas
sufridas acá abajo, y ruega al altísimo Señor, a
quien tanto amó, por todos nosotros, y de modo
especial por su querida hija la Congregación
Salesiana. Sin embargo, no dejaré de rogar al
Señor por él, y más aún por su Congregación, a fin
de que se mantenga con el espíritu y la
laboriosidad que le comunicó su fundador. Ruégole,
mi querido don M. Rúa, presente a todos sus
hermanos, y amigos míos queridísimos, estos mis
sentimientos, que apenas he sabido exponer, y que
me encomiende a las oraciones de todos, ya que las
necesito mucho.
Siempre suyo,
Afectísimo,
P. DENZA
((**It18.821**))
i) Del marqués Vitelleschi
Muy apreciado don M. Rúa:
No puedo negarme a manifestarle la grandísima
pena que, junto con mi familia, he experimentado
por la irreparable pérdida del nunca bastante
llorado don Bosco. Es una enorme pérdida para
nosotros y una ganancia sin igual para el querido
difunto, que, en nuestra cristiana esperanza, ya
ha logrado alcanzar el premio inmortal del cúmulo
de sus grandes virtudes. Nuestra familia fue la
primera, aquí en Roma, que tuvo la suerte de
entablar con él unas preciosas relaciones, que
empezaron el año 1864, cuando mi llorada esposa y
yo fuimos por vez primera a Turín y conocimos a
aquel hombre de Dios. Desde entonces en adelante,
siempre fuimos honrados con su atención y su
caridad.
Conservo algunas de sus cartas como preciosos
recuerdos y una entre ellas me ha convencido de
que don Bosco era un hombre extraordinario y
verdaderamente predilecto de Dios.
Comprendo muy bien, queridísimo don M. Rúa, su
inmensa aflicción y la de todos sus compañeros
ante una pérdida tan grande, pero debe consolarle
el pensamiento de que el que lloramos ha dejado,
al partir de este mundo, un árbol gigantesco que
ha extendido sus ramas no sólo a Europa sino hasta
América: la Congregación Salesiana, cuya dirección
ninguno mejor que usted podía tomar, y en la que
será ayudado por el mismo don Bosco, el cual, si
se vio colmado de caridad aquí en la tierra,
encontrándose al presente, como esperamos, en la
región donde la caridad es perfecta, la protegerá
también desde el cielo...
Roma, 4 de febrero de 1888.
ANGEL VITELLESCHI
(**Es18.692**))
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