((**Es18.685**)
Es posible que este muchacho no sea culpable ni
((**It18.812**)) de un
pecado venial y que solamente le moleste y le
asuste alguna falta contra el reglamento de la
casa; cree estar en condiciones para comulgar,
pero se cree poco digno: ojalá no aprenda a
capitular con su conciencia, ni tampoco con esta
delicadeza, por miedo a que llegue a hacer
capitulaciones criminales. Yo sé muy bien que,
siguiendo esta regla, habrá menos orden en la
distribución de la santa comunión; pero eso tiene
muy poca importancia y, sobre todo, si se toman
ciertas medidas, muy fáciles, para asegurar la
circulación, haciendo, por ejemplo, que los que
han comulgado vuelvan por un lado diferente de
aquél por donde llegan los otros. Que los maestros
y, sobre todo, las maestras se libren de una
curiosidad indiscreta. Sería muy inconsiderado el
maestro que fuese a decir a un muchacho que ha
visto su culpabilidad, puesto que no se ha
atrevido a ir a comulgar. Desde luego, yo no hablo
aquí de muchachos escrupulosos.
La segunda regla es que los muchachos deben
tener mucha y constante facilidad para ir a
confesarse libremente, sin hacerse notar, sin que
la petición de ir a confesarse les denuncie a las
sospechas del vigilante. En los Salesianos se hace
de modo que todos los días de la semana, durante
las oraciones en la capilla, durante la santa
misa, durante los recreos, los muchachos pueden ir
a confesarse, sin que nadie vea en ello nada
extraordinario. Es algo muy natural, por ejemplo,
que el director de un internado de muchachas, que
se cansaría, si tuviera que atender a todo su
mundo el sábado, pida que, para darle facilidad,
se repartan un poco y vayan unas tal día y las
otras tal otro; entonces no es nada extraño que un
muchacho vaya en cualquier momento. Y, en cuanto
al medio de prevenir que no se acuda demasiado
frecuentemente, no le es difícil al confesor
encontrarlo; no hay más que quererlo y cortar por
lo sano todo capricho de convertirlo en ocasión de
charla; una firmeza invencible sostendrá en esto
una bondad inagotable. Estas son las reglas que se
me dieron.
Os decía, señores, que yo había ido a pedir
estos consejos a don Bosco en el momento de
empezar una obra bastante importante para la
educación de los hijos del pueblo, hace poco más
de dos años, en enero de 1888. Nuestra obra
atravesaba una situación difícil, empezaba a
cundir el desaliento: -No tema, me dijo don Miguel
Rúa; con la práctica de la santa comunión,
triunfará del todo. Siga adelante sin miedo.
Hace ahora algún tiempo, cuando don Miguel Rúa
vino a Bélgica para la fundación de la casa
salesiana de Lieja, quiso visitarme. ->>Ha sido
usted fiel a mis consejos?, me dijo. -Con la
gracia de Dios, le respondí, he hecho lo que he
podido. -Entonces usted ha triunfado, replicó. Y,
en efecto, señores, habíamos triunfado, mucho más
de lo que esperábamos. ((**It18.813**)) La
obra que llevábamos entre manos se ha desarrollado
con desacostumbrada rapidez y, al cabo de dos
años, nuestro instituto, destinado a muchachas de
la clase media, a huerfanitas, cuenta con más de
doscientas internas, cuya conducta no deja nada
que desear. Ciento cincuenta y siete han hecho su
primera comunión, todas tienen la norma de la
comunión semanal, pero con la más completa y
absoluta libertad, no solamente en teoría, sino en
la práctica. Hay unas sesenta alumnas que se
acercan a la santa mesa dos veces por semana, y
unas veinte, tres veces. Creo poder decir,
señores, que hacemos de nuestras alumnas lo que
queremos. Me apresuro a manifestar que, a ejemplo
de lo que se hace en las casas salesianas, no se
pierde de vista la buena preparación. Siento no
tener tiempo para explicar cómo esta práctica
corrige rápidamente los defectos, hasta los más
invencibles en apariencia, acaba con las
discusiones, termina con las más pequeñas
enemistades.
Lo reconozco, todas mis observaciones son
especialmente para los alumnos de los
(**Es18.685**))
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