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adquiría un carácter totalmente nuevo por el
singular contraste entre la solemnidad de la
recepción y la humildad del recibido que, con
talante modesto, decrépito en su persona y casi
asustado ante tan enorme multitud, avanzaba con
rostro sereno, revelando, con todo, en el
centelleo de sus ojos el alma grande que se
escondía en aquel cuerpo frágil.
Olvidado del cansancio que oprimía sus
miembros, se adelantaba con calma y cortesía a
cuantos se esforzaban por acercársele para
saludarle o dirigirle una súplica. Según los
casos, respondía a cada uno con una inclinación de
cabeza, con una amable mirada, o una palabra
cortés, mientras florecía en sus labios una
agradable sonrisa. Pero, a aquel paso, no hubiera
llegado nunca hasta una de las más de cincuenta
carrozas que se disputaban el honor de llevarlo a
la ciudad, a través de aquel mar de gente. Con la
intervención de algunos voluntarios se logró, al
cabo de casi una hora, llegar a la carroza elegida
con pleno derecho, por ser de la mamá de los
Salesianos, que se quedó muy satisfecha ((**It18.69**)) y
complacida desde las primeras palabras que don
Bosco le dirigió, apenas verla:
-íOh, señora Dorotea! Cada día he estado
pidiendo a Dios que me concediera la gracia de
poderla conocer antes de morir.
Al llegar al palacio de la noble dama, se
retiró a la habitación que le habían preparado,
pues sentía extrema necesidad de descansar.
Mientras tanto, don Miguel Rúa celebró la misa en
el oratorio privado, con asistencia de los que
habían hecho hasta allí escolta de honor a don
Bosco. El Siervo de Dios se presentó después en el
salón, donde muchas ilustres familias querían
ofrecerle sus respetos. Comió con aquella familia
patriarcal y, después de atender algunas visitas,
tomó el coche para ir al colegio de Sarriá.
Su nombre era bendecido en Sarriá, junto con el
de María Auxiliadora, por un hecho que se tenía
como prodigioso, y no solamente por la gente del
pueblo. El año anterior, Barcelona se vio azotada
por el cólera, mientras Sarriá, distante sólo
pocos kilómetros y frecuentada cada día por miles
de personas procedentes del lugar infectado, se
había salvado.
Don Bosco llegaba al colegio como el Mesías
esperado. El año anterior habíanle enviado los
alumnos, para el día de san Juan, un dibujo
realizado por ellos con la figura de una
locomotora en marcha y con la inscripción: <>. Su sueño se había convertido
en realidad. íCuántas novenas, cuántas
mortificaciones habían hecho, para obtener del
Señor la gracia de que don Bosco llegara sano y
salvo hasta ellos! Así que, apenas oyeron que
estaba a(**Es18.68**))
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