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iglesia del Sagrado Corazón. Se puso en ella la
fuente bautimal; se obtuvo el permiso de la
autoridad civil para la celebración de
matrimonios; compró la fundadora los vasos
sagrados, ornamentos y demás objetos necesarios
para el culto y, finalmente, el diez de octubre
monseñor Donnell, rodeado ((**It18.801**)) de su
clero y del pueblo en fiesta, daba posesión al
nuevo párroco y colocaba en el sagrario el
Santísimo Sacramento. Quedaban satisfechos
nuestros deseos; el pueblo tenía su parroquia,
tenía su párroco, y la donante cedió todo, con
escritura notarial, al obispo de la Diócesis.
Pero las cosas no anduvieron así por mucho
tiempo. Nos abandonó el párroco y no fue
reemplazado, de modo que sólo el domingo celebra
la misa un sacerdote de otra parroquia. Ya no está
Jesús, día y noche, en su iglesia, ya no hay
cuarenta horas, no hay bautismos, no hay comodidad
para confesarse ni para comulgar; el pueblo se ve
obligado a recorrer una milla inglesa para ir a la
parroquia más cercana y recibir en ella los
sacramentos, sin hablar de los pobres enfermos
faltos, por tanto, de los consuelos religiosos.
Los mismos ornamentos y vasos sagrados fueron
llevados casi todos a otra parte. Monseñor Butt,
el actual obispo, rogado a que mantuviese la
iglesia como parroquia, mandó a decir a la que
suscribe que no tenía los medios necesarios y
sacerdotes disponibles para la iglesia del Sagrado
Corazón, la cual cesaría en adelante de ser
parroquia y sólo sería una capilla dependiente de
la parroquia más próxima.
Ya ve Su Santidad, por todo lo expuesto, que
las esperanzas de la donante han frustradas, a
pesar de las promesas recibidas; por ello, la que
suscribe, postrada a sus pies, suplica
humildemente tome en consideración la siguiente
proposición.
En vista de que el señor Obispo no puede, por
falta de medios y sacerdotes, mantener como
parroquia la iglesia del Sagrado Corazón, la
donante pensó en una Congregación religiosa y se
presentó en Turín, para saber del reverendo don
Juan Bosco si estaría dispuesto a asumir la
administración parroquial de aquella iglesia, si
S. S. se la confiase. Don Bosco respondió que él
era siempre un hijo obediente a la Santa Sede y
que nunca rechazaría secundar los más pequeños
deseos, así como las órdenes, del Padre Santo,
siempre y cuando lo permitan las fuerzas de su pía
Sociedad, ya que, por lo demás, confiaba
totalmente en la divina Providencia. Solamente
necesitaba que el terreno, dado por la condesa de
Stackpoole a monseñor Donnell y cercado de tapia
por éste, se le otorgase en plena propiedad y no
como una casa confiada hoy a sus cuidados para
quitársela en otro momento. Don Bosco necesita ser
propietario de todos los edificios existentes
dentro de dicha tapia, ser libre para levantar
otros o derribar los existentes, de acuerdo con
las necesidades de la Congregación. El se
encargaría de atender todos los servicios de la
parroquia y también las escuelas de niños y niñas,
ya existentes en aquel recinto.
La condesa de Stackpoole desearía finalmente
que la escritura de donación del 1874 al Obispo de
Southwark, en la notaría de Harting en Londres,
fuese anulada totalmente y no se pudiera presentar
por los futuros Obispos de aquella diócesis contra
don Bosco y la Congregación Salesiana, convertidos
en propietarios ((**It18.802**)) de
todo el recinto dicho. Con ello el Obispo tendría
un cuidado menos, se ahorraría gastos y tendría,
además, en la propia diócesis una Congregación
dispuesta a cuidarse de la juventud pobre y
abandonada que vagabundea por los prados de
aquellos barrios extremos de Londres, nido de
miseria y de vicios, donde la presencia de los
Salesianos sería una verdadera bendición.
Postrada, pues, a vuestros pies, Beatísimo
Padre, ruega encarecidamente la que suscribe a
Vuestra Santidad, se digne secundar los deseos
expuestos en esta súplica. Con los sentimientos de
filial adhesión, besando su santo pie y, pidiendo
su apostólica bendición, se gloría en profesarse,
etc., etc.
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