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libertad de acción y, sin embargo, sin ningún
desorden. Aquellos muchachos del pueblo no habrían
sido llevados a ningún otro colegio. De vez en
cuando se veía a uno u otro que, dejando los
alborotados juegos, se escapaba para ir a hacer
una corta oración en la iglesia vecina al patio, y
resultaba verdaderamente emocionante contemplar
con qué fervor cumplían aquel acto de devoción
espontánea.
Es imposible no impresionarse ante la
maravillosa conducta que los excelentes padres
Salesianos han sabido dar a sus muchachos
recogidos de todas partes. Hasta han logrado
quitarles esa innata inclinación de los italianos
a tender la mano. Es un detalle muy
característico, pues, habiendo hecho algunas
compras en la librería, servida por tres jóvenes
de unos quince años con una seriedad y celo
encantadores, me costó mucho que aceptaran para la
hucha de los domingos unas monedas que, a toda
costa, querían devolverme.
No sabría cómo decir lo respetuosas, amistosas
y cordiales que son las relaciones entre aquellos
jóvenes y sus maestros; es algo verdaderamente
paternal. Por otra parte, parecen muy orgullosos
de sus excelentes Padres. Así, habiendo preguntado
al chaval que me hizo pasar (ya que falta un
portero <>) si el Superior hablaba
francés, me respondió con su aquél de vanidad, tan
simpático: -Creo que sí: habla todas las lenguas.
Al ver unos jóvenes tan felices, tan bien
preparados para llegar a ser miembros útiles de la
gran familia humana, me preguntaba cuántos de
ellos, sin esta admirable institución, hubieran
sido víctimas del vicio y del crimen y hubieran
ido a engrosar las filas ya tan numerosas de esos
revoltosos que encuentran mal hecha su vida y
dicen que hay que volver a hacerla.
La multitud, estúpida y hastiada de todo, no
tiene para estos humildes religiosos que se
entregan en cuerpo y alma a esta obra sublime de
regeneración, más que indiferencia, desprecio e
injusticia, cuando esta misma multitud cubre de
oro y aplausos a los literatos que corrompen
inteligencias y corazones, revolviendo los bajos
fondos del pueblo para instalar cínicamente todas
las vilezas en sus inmundos escritos. Mi
pensamiento volaba a esos monjes que hace trece
siglos salvaron a la humanidad, cuando todo rastro
de cultura parecía sumergido bajo las olas
sangrientas de las invasiones bárbaras.
Las abadías de Gales y Germania civilizaron a
nuestros padres con la oración y el trabajo, como
don Bosco lo hace con estos salvajes de nuestras
grandes ciudades modernas, cuyos feroces instintos
nos ha descubierto la <> de París. Se
puede preguntar si los rudos hijos de la floresta
no serían menos refractarios a las influencias
moralizadoras que los blancos golfos de nuestras
capitales.
Ora et labora fue siempre y en todas partes la
divisa de la fe y de la caridad cristiana. Sí, la
Iglesia es, sobre todo para los desheredados del
mundo, una madre y una madre siempre joven y
siempre fecunda...
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II
Fácilmente se comprende lo mucho que yo deseaba
tener el honor de ver a don Bosco, el cual quiso
recibirme, gracias a una alta y bondadosa
recomendación.
Para llegar a él, tuve que subir muchas
escaleras y, una vez allí, bajo el desván, entré
en una modestísima habitación. Me llamaron la
atención, sin embargo, dos magníficos cuadros a
pluma, los cuales atestiguan que, si la finalidad
de la institución es la de formar artesanos,
también se encuentran en ella artistas. Me
encontraba en presencia de los principales
colaboradores del fundador: uno era el reverendo
don
(**Es18.672**))
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