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((**Es18.670**) vientos ardientes de fuera, estaban mal preparados para las posteriores luchas de la vida. Fui recibido con la más amable cortesía y me dieron por guía a un padre francés, el excelente padre Roussin, quien me acompañó por toda la casa con mucho gusto y amabilidad. Desde los primeros pasos por los talleres tuve que reconocer que me había equivocado. Me hallaba, en efecto, en una escuela industrial, organizada de una manera enormemente práctica e inteligente. Sin lugar a duda, no había allí nada de esas industrias modélicas que resultan a menudo modelo de explotación de los dineros públicos. Faltaba totalmente la indispensable fachada monumental. Nada de uniformes, nada de insignias, nada de gorras con distintivos, ni el más mínimo recuerdo de un cuartel. Mirándolos de cerca, creo, incluso, que algunos pantalones no estaban muy a la medida y otros eran un poco cortos para poder considerarlos como prendas de su primer dueño. Pero el arreglo general en el vestir era muy decente. Las salas de trabajo no tenían nada que desear. Sin duda, no se había podido sacar a manos llenas el dinero de los contribuyentes o de los accionistas, para enterrarlo en ladrillos y mortero y hacer algo grande, pero el conjunto tenía ese carácter práctico de los talleres bien administrados, que se han desarrollado gradualmente y han resuelto sus propios asuntos. ((**It18.794**)) Había allí talleres de zapateros, de sastres, de carpinteros, de herreros, de panaderos y, en fin, de tipógrafos sin que faltase nada, con fundición de tipos, encuadernación, etc. Posee además el Instituto, en Mathi, una gran fábrica de papel para atender a su propio consumo. Hay tres máquinas a gas, de diez caballos cada una, que producen la fuerza motriz necesaria para las prensas y las innumerables máquinas- herramienta. Todo está perfectamente dispuesto. Así, por ejemplo, hay braseros de gas colocados allí donde se necesita fuego; la panadería tiene una amasadora mecánica y el inmenso horno para cocer el pan proporciona, a la par, el calor que calienta la iglesia. Sentí mucho que el poco tiempo de que yo disponía no me permitió examinar más detalladamente todas aquellas instalaciones. Pero, visitando los amplios y numerosos talleres, no pude por menos de manifestar a mi cortés acompañante, mi sorpresa al verme en una verdadera fábrica, más que en un piadoso asilo. Se echó a reír, con todas sus ganas, y me respondió: -<>, sino simplemente la de hacer cristianos buenos y vigorosos, obreros capaces y conformes con su suerte. Buscamos, ante todo, la salvación del alma de los jóvenes, pero buscamos, al mismo tiempo, un fin social>>. Le rogué, lo mismo que a otro compatriota suyo que se nos unió, el padre Miguel Volain, que me diera algunos detalles sobre los medios empleados para alcanzar los maravillosos resultados que yo presenciaba. Aprendí de labios de aquellos señores que el principio fundamental de la obra de don Bosco era la ausencia de toda suerte de violencia. Así, por ejemplo, aunque el reglamento aconseja a los muchachos recibir mensualmente los Sacramentos, les deja en libertad para seguir o no este consejo. Pueden abandonar la escuela, si no están a gusto en ella y son muy raras las deserciones. La disciplina, que me pareció muy difícil poder obtenerla en un ambiente donde abundan los elementos de insubordinación, la obtienen admirablemente sin ningún medio riguroso, solamente con la influencia religiosa y la autoridad moral. Hay alrededor de trescientos cincuenta aprendices. Los admiten a partir de los (**Es18.670**))
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