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Las dos últimas circulares de don Bosco
A
Benemérito Señor:
Se lo mucho que V. S. aprecia las obras de
caridad y religión, y lo inclinado que
naturalmente se siente a promoverlas y
sostenerlas. Esto me inspira gran confianza de que
tomará en benigna consideración estas pocas líneas
y lo que en ellas voy a exponerle.
V. S. no ignora que una de las obras más dignas
de alabanza y apoyo es la de las misiones entre
los infieles. La recomendó el divino Maestro a los
Apóstoles y a sus sucesores diciendo: Id por todo
el mundo y enseñad a todas las gentes: Euntes in
mundum universum... docete omnes gentes; la
recomienda la Iglesia católica y la promueve por
todos los medios posibles; la recomienda la razón
de la fe iluminada; la recomienda la misma
naturaleza del corazón humano. La divina
conjunción de enseñar y civilizar a todos los
pueblos del mundo fue cumplida fielmente en todo
tiempo; y se cumple, bajo la sapiente dirección
del Romano Pontífice en nuestros días, por
centenares y millares de sacerdotes, con una
generosidad e intrepidez, que recuerda los
primeros años del cristianismo.
Mas, a pesar de los numerosos batallones
apostólicos esparcidos sobre la faz de la tierra,
para llevar la antorcha de la fe y los beneficios
del progreso verdadero, sin embargo, hay muchos
pueblos faltos todavía de este señaladísimo bien.
No conocen las verdades religiosas y están a la
vez privados de los beneficios materiales y
civiles que éstas aportan al mundo; y por esta
falta de instrucción, unos exponen todavía los
niños y las niñas al pasto de los animales; otros
ofrecen sacrificios humanos a las falsas
divinidades; algunos venden a sus semejantes como
nosotros vendemos las bestias; y otros, hasta los
matan y se alimentan con sus carnes; todos, unos
más otros menos, viven y mueren como los brutos.
íQué espectáculo más doloroso para quien tiene fe,
para quien tiene corazón, para quien tiene
sentidos de humanidad!
De donde se deduce que las Misiones católicas,
destinadas a evangelizar y civilizar a tantas
infelices criaturas es una obra merecedora de
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más altas alabanzas; y no hay en nuestros días
persona bien nacida que no admire y, pudiendo, no
ayude con su protección a esos religiosos y
religiosas que abandonan la patria, parientes y
amigos y sacrifican comodidades y descanso para
convertirse en Apóstoles del Señor, bienhechores y
salvadores de las tribus abandonadas todavía a la
ignorancia y la barbarie.
Esta gloriosa tarea, como V. S. muy bien sabe,
también ha sido confiada, desde ya hace doce años,
a la Pía Sociedad Salesiana. Los Salesianos,
alentados con la bendición del Sumo Pontífice, se
han establecido, desde 1875, en varios lugares de
América del Sur, no sólo con el fin de conservar
en la fe a las poblaciones cristianas, sino
principalmente con la intención de ir a las
regiones todavía inexploradas, para instruir a los
habitantes, agregarlos a la Iglesia y ganarlos a
la vez para la sociedad civil. Metidos en esta
empresa están hoy en día en el imperio del Brasil,
en Uruguay, en la República Argentina, en la
República de Chile, y dentro de poco entrarán en
la del Ecuador.
Todos estos Estados tienen todavía dentro de
sus confines numerosas tribus salvajes, esclavas
del error, sujetas al imperio de Satanás. En
Brasil se cuentan por millones
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