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y misericordia del Señor. Esperamos que la
simiente de la palabra divina, que pusimos en sus
rudos corazones, brotará un día y los hará todavía
hijos de Dios, de la Iglesia y herederos del
Paraíso.
Las familias que tuvieron que partir acamparon
en la orilla izquierda del río Negro durante
algunos días: y como muchos de ellos eran todavía
infieles, atravesamos el río tres días para
instruirlos, a la sombra balsámica de los sauces
llorones, que, con sus ramas, bañadas por las
limpias aguas, nos defendían de los ardientes
rayos del sol. Allí bautizamos en dos veces
setenta adultos y algunos chiquillos. Recibieron
la Confirmación ((**It18.777**)) y
veinte padres de familia se santificaron con el
matrimonio cristiano. Durante la ceremonia recordé
las orillas del Jordán y el Santo precursor del
Salvador del mundo. Ille in aqua tantum, nos auten
in aqua et Spiritu sancto, el cual ha suplido con
abundancia nuestra insuficiencia.
Fueron, por tanto, bautizados y confirmados
casi novecientos, los cuales, junto con los
cuatrocientos niños del año pasado, suman mil
trescientos. Tantos son los neófitos de la tribu
de Sayuhueque, que vistieron su alma con el blanco
vestido del santo bautismo. Junto con las verdades
de la fe, les hemos enseñado a rezar las oraciones
y el santo rosario, con el Deus in adjutorium y el
Gloria Patri en latín, los misterios en indio y el
Padrenuestro y el Avemaría en castellano. Era una
verdadera satisfacción para nosotros oír a un
grupo de muchachos y muchachas empezar y terminar
por sí mismos el rezo del santo rosario. íOjalá
que la Santísima Virgen proteja y defienda a esta
nueva porción de la grey de Jesucristo!
Don Domingo Milanesio habla en indio como
ellos. Yo les hablaba por medio de un intérprete
para las cuestiones importantes, y para la
catequesis con un libro traducido a su lengua y me
entendían muy bien.
Como recuerdo de la misión, plantamos dos
cruces en medio de sus toldos y bendijimos un
sitio especial para que sirviese de cementerio
cristiano. Les dimos el último adiós rezando un
Padrenuestro, Avemaría y Gloria por el Padre
Santo, y con un viva ad multos annos para don
Bosco.
El día nueve de enero, al atardecer, echamos a
nado nuestros caballos y cruzamos a la otra orilla
del río, en una barquita conducida por dos
soldados. Como ya era de noche plantamos la
tienda, que nos regaló la señora Nicolini y,
después de cenar al resplandor de la blanca luna,
nos echamos a dormir: yo en la tienda, don Domingo
Milanesio en una cavidad seca junto al río, don
Bartolomé Panaro y Zanchetta detrás de unas matas
y los arrieros velando y guardando los caballos
que pacían.
Por la mañana, después de despertar un poco
tarde, partimos para evitar la fuerza del sol, don
Domingo Milanesio y yo solos, y después de un
galope de seis leguas llegamos a la estancia de un
rico señor muy bien colocado en el Ministerio de
Buenos Aires. Aquí nos encontramos con un
verdadero oasis en medio del desierto. Bonita
casa, buena cama, buena cocina y un corazón
todavía mejor. Nos quedamos una semana para
descansar y restaurar las fuerzas un poquito, y
también para instruir y bautizar a veintidós
indios, que trabajaban allí de criados.
El día dieciséis y después de otras seis leguas
de camino, que yo pude hacer en un carruaje tirado
por seis caballos, llegamos al nuevo pueblo de
Roca. Apenas llegué, vino a visitarme el
comandante Quirós y a ofrecerse para todo lo que
fuere menester en nuestra misión.
El general Winter envió telegramas a las
autoridades militares y civiles para que tuvieran
con nosotros las debidas atenciones y, gracias a
estas recomendaciones, fuimos tratados muy bien:
nos alojamos en un edificio nuevo, que sirve para
colegio, y nos sirvieron dos soldados; a mí con la
ración de general ((**It18.778**)) y a
don Domingo
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