((**Es18.646**)
Así se ha cumplido verdaderamente el oráculo:
<>: Et si exaltatus fuero a terra, omnia
traham ad meipsum, en este día, invitándonos Jesús
en el recinto de la nueva casa a ser trofeos de su
corazón; >>quién querrá negarse? Cualquiera que
oiga la voz del corazón, conoce los arcanos
consuelos.
Enjugar las lágrimas del que llora, visitar a
los pobres, saciar el hambre, vestir al desnudo,
asistir a los moribundos, enterrar cristianamente
a los muertos, verter la lluvia de la divina
Sangre sobre las ánimas que penan en el
purgatorio; atender a la conversión de los
pecadores, abrir los entendimientos ciegos al
esplendor de la fe, reanimar a los oprimidos y
defender los derechos conculcados de la justicia,
son los consuelos del corazón humano, los que lo
preparan para los supremos; >>y no fueron
precisamente éstos los consuelos preferidos por el
divino Corazón? Y sin embargo, como si lo hubiera
dicho en su peregrinación terrestre, no logró
Jesús satisfacer lo bastante su generosa pasión
por hacer el bien. Durante sus treinta y tres años
de peregrinación, acompañada de muchos trabajos,
realizada con muchas penas, adquirió el mérito de
redimir no a uno sino a infinitos mundos. Pero la
ejecución del gran proyecto estaba reservada
principalmente a la vida póstuma, a la vida que
llevaría libre y poderosa en la sublimidad de la
gloria. El Padre, que prescribe el inicio y la
marcha de todos los sucesos en peso, número y
medida, quiso entonces que el Hijo llevase consigo
prisionera la esclavitud, cuando estuviere a punto
de entrar victorioso en su palacio; que calmase
las horribles tempestades de la tierra, cuando
estuviera sentado tranquilamente a su diestra; que
aplicase el iluminado poder recibido en el cielo y
en la tierra, cuando hubiera tomado posesión de
ambos reinos. Lo vuelve a decir, que con la
Ascensión habría empezado el reino de su
amantísimo corazón. Realizado entonces el poder
ilimitado, manifestó espléndidamente la caridad,
alma de su corazón, con la exuberante abundancia
de beneficios, ya hecho manifiesto el triunfo de
aquel corazón. Et ego si exaltatus fuero a terra,
omnia traham ad meipsum.
Todas las gentes sin excepción, cultas o
ignorantes, fuertes o débiles, desgraciadas o
felices: todas las épocas igualmente necesitadas
de Jesucristo, y mucho más, cuando la jactanciosa
civilización de algunas aparente que se basta a sí
misma; todas las clases, ricos y pobres, nobles y
plebeyos; todas las condiciones, desde la más baja
hasta la más alta: artes, letras, ciencias,
política, economía, todas las pertenencias
privadas y públicas, de esta vida o de la otra,
todo quedó ((**It18.766**)) sujeto
a su dominio, todo se derivó de la fuente
inagotable de su corazón. Omnia traham ad meipsum.
Ya había dicho él: <>, Si non abiero,
Paraclitus non veniet ad vos (Jn, XVI). Era
necesario (conforme a los planes de la divina
sabiduría y bondad) que triunfase el corazón de
Jesús, cuando el amor hipostático del Padre y del
Hijo, el amor enviado por ambos con una única
misión, lo mismo que es uno e idéntico el
principio de donde El procede, descendía el divino
Paráclito para inaugurar en la tierra el reino en
el corazón. David luchó trabajosamente durante
treinta años para preparar el Templo, y Salomón lo
edificó en la felicidad de la paz. Así el
Salvador, con los inefables espasmos de la pasión,
sembrado el porvenir de todos los tiempos, habría
recogido en el gozo; y mientras tanto vigilaría el
espíritu embellecedor del universo para cumplir la
alta empresa. Spiritus (Domini) ornavit coelos
(Job, XXVI, 13).
Está el reino de la fuerza, propio de los
animales, y éste valoró el paganismo, por el cual
las creaturas razonables pasaron a la condición de
seres irracionales. Está el reino de la
inteligencia, y éste abraza una parte muy noble de
nuestra naturaleza,
(**Es18.646**))
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