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Bosco había dicho en la conferencia que desearía
tender no las dos manos sino tres, para pedir
limosna, le preguntó si una de aquellas tres manos
la reservaría para el oratorio de San León.
-Las tres, respondió rápidamente don Bosco,
mostrando su confianza en el buen resultado de su
viaje.
En efecto, desde Barcelona, mandó de una vez
diez mil francos a don Pablo Albera.
Para justificar su confianza narró un hecho
providencial.
-Este invierno, dijo, me insistía don Pablo
Albera en que le mandara dinero. Recogí cuanto
pude y no encontré más que mil quinientos francos,
la mitad de los tres mil que me pedía. En esto que
llegó el correo con cartas de Rusia, de Austria y
hasta del Africa Central. Las abrí y aparecieron
unos garabatos de imposible lectura que se
hubieran dicho escrituras diabólicas. Ninguno de
nosotros sabía descifrarlas. Por fortuna se pudo
hallar un intérprete. Una señora pagana escribía
diciendo que había oído hablar de cierta señora
que concedía gracias muy grandes y se llamaba la
Santísima Virgen; ((**It18.64**)) que
ella sabía que se necesitaba dinero y que don
Bosco no podía ir a su tierra; pero que mandara a
uno de sus compañeros, para bautizarla a ella y a
otras personas más; que se le pagaría el viaje; y
que, entre tanto, le enviaba un donativo. Fue
difícil lograr el cambio, porque se ignoraba el
valor de aquella moneda; pero, cuando se hizo y se
efectuó la suma de los distintos donativos de
procedencias tan distintas, nos encontramos con
los mil quinientos francos que se necesitaban; y
lo más consolador era que todos los mandaban en
agradecimiento a gracias obtenidas por mediación
de María Auxiliadora. Ella es la que protege
nuestra Obra.
Y, dicho esto, pasó a dar noticias sobre el
progreso de las misiones salesianas en Patagonia y
la marcha del oratorio de San León, para concluir
con su habitual amabilidad:
-Desde ahora os invito a todas para ir a Turín
a mis bodas de oro sacerdotales en el 1891. Se
prevén para aquella fecha cosas extraordinarias.
Habrá dos mil cantores, vendrá monseñor Cagliero,
el primer Obispo salesiano, al frente de un coro
de patagones.
Sin embargo, se añade en las actas, que don
Bosco dejó entrever que él no podría asistir a la
fiesta. Antes de levantarse la sesión, el abate
Guiol le entregó un donativo de mil francos.
Aquel día don Bosco fue a comer en casa del
señor Olive. Al abrirse la puerta del salón, donde
se había preparado la mesa, brotó espontáneamente
de todos los que acompañaban al Santo un <<íOh!>>
de maravilla: aparecieron allí, silenciosos y
sonrientes, los novicios de(**Es18.64**))
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