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don Luis Lasagna sois los únicos Misioneros,
capaces de escribir con corrección en italiano.
Así lo haremos imprimir.
-Pero >>cómo, don Bosco? observó con toda
confianza don Evasio Rabagliati, >>publicar
nuestra alabanza nosotros mismos? >>No le parece
que eso no está bien?
-íEh! no; mira: si no lo imprimimos nosotros,
lo imprimirán otros y el resultado es el mismo. No
se trata de una persona; se trata de glorificar la
obra de Dios y no la del hombre, porque obra suya
es lo que se ha hecho y lo que se está haciendo.
La señora Elisa Blanch, aquejada de enajenación
mental, fue presentada el día tres de abril a don
Bosco y, tan pronto como la bendijo, recuperó el
uso de la razón.
Tampoco en Marsella faltó en esta ocasión algún
caso de curación. Presentóse un día a don Bosco
una buena mujer que hacía varios años padecía
fuertes dolores de cabeza y le suplicaba que la
bendijese y se los quitase.
Antes de darle la bendición, le sugirió que
recitara tres avemarías durante un tiempo
determinado. Y, al momento, le desapareció el
dolor; por lo que la mujer, feliz y contenta,
prometió llevarle aquel mismo día una limosna de
cien francos como prenda de agradecimiento. Pero,
al llegar a casa, con la alegría, se olvidó del
rezo y de la promesa. Mas tuvo que acordarse muy
pronto; porque se le reprodujo el mal y vióse la
mano de Dios por no haber cumplido su palabra. Por
eso, algún día después volvió a don Bosco, para
cumplir su promesa y de nuevo salió curada.
La señorita de Gabriac se hallaba gravemente
enferma por agotamiento. Cuando supo que don Bosco
estaba en Marsella, como había oído hablar de las
muchas curaciones que él hacía, mandóle a decir
que tendría mucho gusto en verle. Vivía en la
calle Santa Filomena, hoy del doctor Escat, en la
casa ocupada hoy por la clínica Blanchard. Por
darle gusto, fue el santo a visitarla. Ella le
((**It18.62**)) pidió a
boca jarro que la sanara.
-No soy ningún curandero, respondió él. Y
añadió:
-Con todo, invocaremos a María Auxiliadora y,
en su nombre, le daré la bendición.
Hizo que se rezaran tres avemarías, la bendijo
y se retiró. Cuatro días más tarde, mientras decía
la santa misa por la enferma, tal y como se lo
había prometido, la enfermedad cesó y la señorita
quedó tan curada que se casó y tuvo dos hijos
sanísimos.
Los santos poseen el maravilloso secreto de
apaciguar los corazones divididos. La señora
Broquier, devota cooperadora, tenía una
hija(**Es18.62**))
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