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((**Es18.62**) don Luis Lasagna sois los únicos Misioneros, capaces de escribir con corrección en italiano. Así lo haremos imprimir. -Pero >>cómo, don Bosco? observó con toda confianza don Evasio Rabagliati, >>publicar nuestra alabanza nosotros mismos? >>No le parece que eso no está bien? -íEh! no; mira: si no lo imprimimos nosotros, lo imprimirán otros y el resultado es el mismo. No se trata de una persona; se trata de glorificar la obra de Dios y no la del hombre, porque obra suya es lo que se ha hecho y lo que se está haciendo. La señora Elisa Blanch, aquejada de enajenación mental, fue presentada el día tres de abril a don Bosco y, tan pronto como la bendijo, recuperó el uso de la razón. Tampoco en Marsella faltó en esta ocasión algún caso de curación. Presentóse un día a don Bosco una buena mujer que hacía varios años padecía fuertes dolores de cabeza y le suplicaba que la bendijese y se los quitase. Antes de darle la bendición, le sugirió que recitara tres avemarías durante un tiempo determinado. Y, al momento, le desapareció el dolor; por lo que la mujer, feliz y contenta, prometió llevarle aquel mismo día una limosna de cien francos como prenda de agradecimiento. Pero, al llegar a casa, con la alegría, se olvidó del rezo y de la promesa. Mas tuvo que acordarse muy pronto; porque se le reprodujo el mal y vióse la mano de Dios por no haber cumplido su palabra. Por eso, algún día después volvió a don Bosco, para cumplir su promesa y de nuevo salió curada. La señorita de Gabriac se hallaba gravemente enferma por agotamiento. Cuando supo que don Bosco estaba en Marsella, como había oído hablar de las muchas curaciones que él hacía, mandóle a decir que tendría mucho gusto en verle. Vivía en la calle Santa Filomena, hoy del doctor Escat, en la casa ocupada hoy por la clínica Blanchard. Por darle gusto, fue el santo a visitarla. Ella le ((**It18.62**)) pidió a boca jarro que la sanara. -No soy ningún curandero, respondió él. Y añadió: -Con todo, invocaremos a María Auxiliadora y, en su nombre, le daré la bendición. Hizo que se rezaran tres avemarías, la bendijo y se retiró. Cuatro días más tarde, mientras decía la santa misa por la enferma, tal y como se lo había prometido, la enfermedad cesó y la señorita quedó tan curada que se casó y tuvo dos hijos sanísimos. Los santos poseen el maravilloso secreto de apaciguar los corazones divididos. La señora Broquier, devota cooperadora, tenía una hija(**Es18.62**))
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