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y momentánea de un primer fervor, de una alma
juvenil e inconstante. Porque veía a muchos
compañeros, que parecían y eran unos San Luises,
fervorosos, sí, pero faltos de conocimiento
profundo de los dogmas y de la historia cristiana,
caer vencidos ante los primeros asaltos, ante las
primeras tentaciones, ante las primeras pruebas:
eran preciosos edificios, pero fabricados sobre
arena.
A mí no me bastaba oír misa, comulgar; yo
quería conocer qué era la misa, dónde estaba su
esencia, quería saber el significado de las
ceremonias, de los ritos. Quería saber todas las
cuestiones sobre la presencia real de Nuestro
Señor Jesucristo en la Eucaristía: quería ((**It18.690**)) ver la
institución divina de la confesión y sus
caracteres constitutivos. Quería saber el cómo y
el porqué, y, mientras no hallaba respuesta, no
descansaba.
Y, con estos estudios, con estos deseos, estas
aspiraciones, pasó el año de noviciado, al fin del
cual, si todavía no me parecía ser novicio,
encontré que, al menos, era un poco más cristiano.
Aquél era el tiempo para hacer de novicio; pero,
en los ejercicios de 1877 en Lanzo, me preguntó
don Julio Barberis si quería hacer los votos y
respondí que haría los trienales, porque no me
ligaban más que por un tiempo y me dejaban en
libertad de volver atrás. Puesto que no me sentía
todavía con valor y fuerza para quedarme siempre
con don Bosco, y a la vez, no estaba aún resuelto
ni seguro de la vocación sacerdotal. Me decía a mí
mismo: -Seguiré estudiando y después ya veré cómo
me encuentro.
Durante el trienio de 1877 a 1880 mi progreso,
felizmente empezado en el noviciado, se detuvo de
momento y después retrocedió mucho. Me parece que
la causa estaba en lo poco que estudiaba la
religión y la ascética. La lectura de libros
devotos era escasa o nula, y ligera y superficial;
no tenía ningún conocimiento de la Biblia, de las
vidas de los Santos, ni de la Historia
eclesiástica; no tenía ningún principio cristiano
que al menos dirigiese los estudios profanos que
hacía de filosofía (si aquello era filosofía), de
matemáticas, de literatura. Si por lo menos
aquellos estudios hubieran sido profundos; pero ni
siquiera eso: todo era superficial, todo tratado
al vuelo, sin profundizar nada. Con este plan de
vida y de estudios >>es extraño que uno se
estacione o vuelva atrás?
Pero en agosto de 1878 me presenté a exámenes
para maestro superior, en Mondoví, y aprobé; al
año siguiente, 1879, me examiné en Génova de
reválida. Me había preparado juntamente con don
Santiago Gresino y Galavotti, sin ningún estímulo
por parte de los superiores, sin ninguna ayuda,
salvo el gran entusiasmo con que don Galo Besso
nos enseñaba matemáticas. Por lo demás nos dejaron
abandonados a nosotros mismos que, además,
teníamos que dar clase, asistir al comedor y al
dormitorio. Pero no nos desalentamos ante aquella
apatía y nos animábamos mutuamente a estudiar,
hasta que el Señor hizo que conociéramos a don
Francisco Cerruti, de Alassio.
Este santo sacerdote, que tanto recuerda la
actividad enérgica, constante, incansable de don
Bosco, vino al Oratorio en el mes de mayo de aquel
año 1879. Nos presentamos a él, le expusimos
nuestra intención de presentarnos a los exámenes
de reválida y, a la vez, las dificultades que
encontrábamos por parte de algunos superiores del
Oratorio. Nos animó a ser valientes y a estudiar:
que él hablaría con don Bosco y, a su tiempo, nos
llamaría a Alassio, desde donde nos presentarían
en Génova como alumnos de aquel colegio liceo.
Y así fue: tras mucho luchar, tuvimos por fin
el permiso de don Bosco, y sólo de don Bosco, en
contra de los demás superiores, ((**It18.691**)) quizá
con excepción de don Miguel Rúa, para ir a
Alassio, a primeros del mes de junio. En Alassio
oímos hablar,
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