((**Es18.589**)
dos buenos amigos, y amigos tan necesarios que, si
uno se aparta de un estudiante, también se va el
otro, muere o se queda como muerto, inútil,
perjudicial.
El estudio sin piedad es un trabajo que no se
dirige a su fin, un trabajo perdido: es, si así
puede decirse, un no estudio; por cuanto el hombre
es inseparable del cristiano, y quien olvida al
cristiano, perjudica también al hombre y su
trabajo, en cuanto es trabajo de hombre. Piedad
sin estudio en un estudiante es lo mismo que fe
sin obras, una fe muerta que no tiene más que
apariencias de vida, una fe hipócrita.
((**It18.685**)) Un
colegio cristiano, dirigido por sacerdotes, se
presume naturalmente que es un lugar donde la
piedad y el estudio pueden vivir amigablemente
juntos y don Bosco, al fundar el Oratorio, tuvo
esta intención; y la tuvo, cuando más tarde fundó
la Congregación Salesiana, destinada a perpetuar y
extender el Oratorio, a multiplicarlo en el
espacio y en el tiempo. Por eso, en el concepto de
don Bosco, escuela e iglesia eran dos ideas que se
completan recíprocamente; la escuela debe ayudar a
la iglesia, el profesor debe ayudar al sacerdote,
al confesor; la escuela se convierte de este modo
en atrio de la iglesia, que nació en las primeras
escuelas bajo la dirección de los Obispos.
De este modo puede decirse que la escuela es el
lugar más sagrado después de la iglesia, y es así
realmente. Cuando pienso en ello, me parece que
entre escuela e iglesia existen las mismas
relaciones que entre razón y fe, entre ciencia y
dogma: que una es la base de la otra, y que ésta
es la corona de la primera: no se oponen, sino que
están hechas para completarse. La escuela es el
lugar donde predomina el trabajo de la razón, pero
iluminada por los resplandores de la fe; en la
iglesia reina la fe, pero está servida por la
razón. La escuela debe llevar a la iglesia, la
razón a la fe, el paganismo al cristianismo, el
clasicismo al Evangelio. Si no lo hace así,
traiciona su misión; si se separa, o peor, si se
coloca frente a la iglesia como rival y enemiga,
destruye, no edifica. Entonces el joven se siente
dividido en sí mismo, el pensador del creyente, la
creatura del Creador, Adán de Cristo. Entonces
luchan en el corazón del joven, como dos fuerzas
enemigas, escuela e iglesia, piedad y estudio.
Y yo confieso, para mi vergüenza, que siempre
sentí esta lucha en el Oratorio, pero en los
últimos cursos del bachillerato fue desesperada y
fatal, porque la piedad fue perdiendo cada día más
y cediendo el campo, de forma que la sentí casi
apagada en mí. Ya no rezaba en la iglesia, no
entendía las ceremonias y los ritos, sabía muy
poco de religión. Sabía, sí, aquel poco de
catecismo que se enseñaba una vez por semana en la
escuela; pero eso no basta. No basta ese delgado
epítome para un joven que entra en el período de
las pasiones, que vive en un siglo escéptico e
incrédulo, que siente nacer las dudas y no sabe de
dónde vienen: casi las respira en el ambiente.
Además, por la manera de enseñar, en aquel
catecismo estaba destrozada la divina armonía de
nuestra religión: el dogma, la moral y el culto
estaban impedidos el uno por el otro. Así que, el
estudio resultaba abstracto, dividido, mutilado,
sin utilidad ni hermosura, y el catecismo era el
libro más descuidado, y la clase de catecismo, la
peor vista y la más fría, hasta para los muchachos
buenos.
Y puedo también decir que se designaba para
enseñar el catecismo a uno cualquiera, ó tuxwv 1,
como habría dicho un griego. ((**It18.686**)) A lo
que se ve, también este hecho indicaba una especie
de separación entre ciencia y fe: el que enseñaba
lo primero no tenía nada que ver con el maestro de
lo segundo.
1 ó tuxwv: derivado del verbo griego tuxavw
(conseguir la felicidad): que, pensamos, quedaría
bien traducido con nuestra locución familiar de
<>. (N. del T.)
(**Es18.589**))
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